viernes, 9 de octubre de 2015

De frente a la ventana, y dudando de si me acercaba o no, quería con una curiosidad infinita mirar a través del cristal. Imaginaba a la niña de cabello rubio con gruesas trenzas, sentada en el piso de madera, jugando con su muñeca Marilú. Por fin, llenándome de valor para franquear la privacidad del lugar, me acerqué y apartando cuidadosamente las ramas floridas de la hermosa enredadera, alzándome de puntillas, pegué mi rostro al cristal y la pude ver a través de la vieja y empolvada ventana, alli estaba ella, la encantadora niña; absorta peinaba la cabellera negra de su preciada muñeca. Mi abuela no me había mentido, todo era tal cual  como ella me lo había contado, la casa roja, grande e imponente al lado, el aljibe y la escalera en la parte de enfrente. Las numerosas historias que se agolparon en mi memoria y que revivieron al estar allí mirando a través de la ventana, me indicaron que efectivamente ella había vivido allí. Era la encantadora niña, mi madre, y esa era su casa donde habia transcurrido su infancia, casa a la que llegué de la mano de las historias que me contó mi abuela en mi niñez. Benditas las palabras contadas que nos hacen revivir y reconocer mágicamente lo ya vivido, por otras personas, en otros tiempos y en otros lugares.
María de la Luz (09 de Octubre 2015).

martes, 1 de septiembre de 2015

LA NIÑA, EL CIELO Y EL MAR


Aún cuando no tenía pinceles ni paleta de colores en sus pequeñas manos, la niña pintaba absorta en su dibujo, así lo indicaban sus brazos ligeramente levantados, sus deditos en movimiento y la expresión de sus grandes ojos. Su rostro inclinado hacia arriba y la mirada fija en un punto, parecían prestar mucha atención a sus trazos azules. Claramente se podía distinguir en su vestido amarillo a la altura del pecho, el pequeño dibujo que semejaba un cielo y un mar. La niña parecía estar sumergida en el color azul que predominaba en la hermosa acuarela.
Mientras esperaba el veredicto, al lado de su cuadro, la artista respondía a las preguntas que el entusiasmado periodista le hacía, y a estas alturas de su trayectoria, nadie podía imaginar que aún no había encontrado como plasmar aquel lugar; de todas las acuarelas que había pintado ninguna complacía completamente su anhelo, pese a las inmejorables críticas que recibía su trabajo.
Cuando recibió la noticia de que su obra “La niña, el cielo y el mar” había sido la elegida para participar en aquel prestigioso evento donde acudirían a exponer renombrados artistas, no pudo evitar recordar su niñez y darle las gracias a su abuela, en voz baja. Resulta que había pasado gran parte de su infancia tratando de dibujar el sitio exacto donde terminaba el mar y comenzaba el cielo. Tanto era su afán por hacerlo, que cierto día acudió a su abuela para que la ayudara a encontrar en su dibujo, el lugar preciso donde el mar dejaba de ser mar y comenzaba a ser  cielo. Nunca había olvidado que con una gran sonrisa la anciana mujer le contestó que era muy difícil plasmar dos inmensidades en una hoja de papel tan pequeña, y mas difícil aún separarlas, -las inmensidades, y mira que el mar y el cielo los son- replicó la mujer, -solo caben en el corazón y en la imaginación de un verdadero artista. Para poder encontrar ese lugar exacto en tu dibujo tienes que encontrarlo primero dentro de ti-.
Cuando escuchó la noticia de la elección de su obra, comprendió que había encontrado ese lugar, y al mirar su acuarela, que le había llevado años en terminar y darle forma, había decidido seguir siendo la niña que imaginaba que pintaba el cielo y el mar, así de esa manera encontraría dentro de sí todos los lugares que quisiera plasmar en sus pinturas, y a la pregunta que le hiciera el periodista, una vez conocido el favorecedor veredicto, acerca de su técnica para plasmar sus dibujos, respondió orgullosamente: -para crear los lugares que plasmo en mis acuarelas, aplico una técnica muy especial que me enseñó mi abuela-.

miércoles, 26 de agosto de 2015

EL SUEÑO


El viento me daba en la cara y jugaba con mi larga melena y mi hermoso vestido rojo según su capricho. Yo volaba dando vueltas sin cesar, por momentos mi cabeza hacia abajo me hacía ver todas las cosas al revés y mi cabello colgaba graciosamente.
Abría mis brazos y me imaginaba que con ellos podía abarcarlo todo y el poder girar a derecha e izquierda según lo quisiera, me producía una sensación muy agradable.
A mi paso fui encontrando muchas cosas, tales como: corazones de papel, girasoles de verdad, avecillas de colores, luciérnagas grandototas, estrellitas de purpurina, instrumentos musicales, zapatillas de baile, libros voladores y personajes de cuentos leídos en mi niñez.
Lo más impresionante de todo era el cielo. Yo volaba a mi antojo empujada por el viento en un impresionante cielo rojo; por lo tanto, ni un solo instante cerré mis ojos y si lo hice no lo recuerdo, pues no quería perderme el fantástico espectáculo que me proporcionaba mi venturoso vuelo.
También encontré en esa mágica aventura: letras, nubes, rayos de sol, brillantes gotas de agua, flores de mil colores y una carta donde pude leer claramente su nombre, y cuando quise coger la carta, desequilibré mi vuelo y haciendo aquel paso de baile que tanto me gustaba y con el cual creí coger impulso para alcanzar lo que de seguro era una romántica misiva, desperté.
Una espontánea sonrisa se dibujó en mis labios y pensando por unos instantes en el fantástico e increíble sueño que había tenido, me levanté entusiastamente, pues no había tiempo que perder. Ese día iba a ser maravilloso, puesto que me esperaba el gran acontecimiento de festejar mi cumpleaños.

jueves, 6 de agosto de 2015

EN AQUEL HERMOSO Y FLORIDO DESCAMPADO


Hermosamente salvajes, ellos corrían contra el viento. Él arrogante y sobrado, con su negro y brillante pelaje,  su mirada penetrante, dando rienda suelta  a su atrevido galope que lo distinguía mientras el viento jugaba con sus largas y atractivas crines, buscaba llamar la atención. Ella suave y ligera, rubia como el sol, con grandes ojos marrones, de movimientos ágiles, y juguetona, coqueteaba con su trote sensual. Atraídos por el excitante juego de hacerse la corte, ella esquiva e insinuante, él osado e imponente, con su constante retozar, añadían hermosura a aquel florido descampado. Cautivados por ese provocador juego, el corretear uno detrás del otro parecía un placer incansable, o saltar y brincar alegremente, se convertía en una competida diversión. Aventuraba él, con su cercanía cada vez más impetuosa, dando vueltas a su alrededor a gran velocidad. Desafiaba ella, permaneciendo inmóvil con un aire de indiferencia, ante el desbocado comportamiento de su pretendiente. Día tras día seducidos por un juego  apasionado, sobrecogidos por los instintivos sentidos dueños de su naturaleza salvaje, siendo ella cada vez mas sumisa, estando él cada vez mas cercano, aquel hermoso lugar fue testigo de sus suspiros y de sus apasionantes cópulas. En aquellas horas de estar juntos, el viento con su silencio dejaba oír sus agitadas respiraciones, las flores eran testigos fieles de su unión, y ni la sutil llovizna, ni el ardiente sol hacían mella en sus febriles deseos. El temblor de sus cuerpos semejaba el delicado temblor de las hojas de los árboles y en medio del éxtasis, un fuerte y sonoro relincho  desgarraba el aire; algunas aves inquietas por el fuerte sonido, revoloteaban alrededor de las copas de los árboles, para luego de un circular vuelo, posarse nuevamente en su lugar. Ahora, solo él corría desbocado contra el viento y ella lo esperaba con su abultado vientre cerca del arroyo, donde siempre retornaba jadeando, para saciar su sed. Acercándose despacio y empujándola suavemente, la invitaba a iniciar un pausado galope en aquel florido y hermoso  descampado. Y así transcurrían los días, él arrogante y sobrado, con su negro y brillante pelaje, su mirada penetrante, dando rienda suelta  a su atrevido galope que lo distinguía, mientras el viento jugaba con sus largas y atractivas crines. Ella suave y ligera, rubia como el sol, con grandes ojos marrones, de movimientos ágiles, y juguetona, coqueteando con su trote sensual.

martes, 4 de agosto de 2015

ERA EL AMOR QUE LOS ENVOLVÍA CON SU MÚSICA


Los amantes bailaban como si nadie los estuviera viendo. Danzaban sin dejar de mirarse el uno al otro. Parecía que no tenían conciencia de su entorno. Ensimismados se entregaban sin pudor, ni vergüenza a su baile, no se sabía si sucumbían a la melodía o a sus cuerpos entregados a la pasión por la danza.  Cada viernes por la noche, en aquel lugar, solían ser el espectáculo que dan los enamorados cuando se rinden a esa adicta locura que es el amor; con cada paso, con cada giro, con cada contoneo de sus cinturas y caderas, con sus brazos entrelazados, con sus manos estrechadas, con sus miradas hipnotizadas,  cuerpo con cuerpo, sus movimientos no daban tregua, era el amor que los envolvía con su música.