lunes, 30 de enero de 2017

UNA ESTRELLA EN MI JARDÍN

He de confesar que la gente cree que estoy un poco loca o peor aún que soy bruja, ya que desde que nací una serie de sucesos considerados mágicos por mí pero extraños por los demás, han marcado mi existencia. Mi abuelita solía decirme cuando era pequeña, que no hiciera caso de los comentarios ya que la gente solía ser muy aburrida y limitada y esto no les permitía ver las maravillas del universo y menos aún poseerlas, como había aprendido a hacerlo yo con la sabia enseñanza de mi querida abuela. Así que yo que me aferro a estos argumentos tan convincentes, vivo feliz pidiéndole al universo según lo he aprendido, lo que se me antoja. A continuación les cuento como mi vecina Pepita que no dejaba de vigilarme a través de la ventana de su cocina, fue testigo del maravilloso regalo que me hizo cierto día, el cielo. Resulta que estando yo en una apacible tarde, absorta en la escritura del diario de mis sueños, escuché un extraño ruido afuera. Las cortinas se movieron y mi gato Anastasio se metió debajo del sofá. Un gran resplandor invadió la cocina. Sentí un viento cálido y mi cabello se llenó de escarcha azul. Sonreí y pensé que por fin tenía la mía. Me asomé al jardín y allí estaba. Tendría que esperar a que su fulgor se apaciguara. Era maravilloso ver todas esas diminutas luces de colores pululando por todo el lugar. Había caído una estrella en mi jardín. Mi pobre vecina Pepita que no salía de su asombro cayó desmayada por la impresión de tal acontecimiento. Yo salí a mi jardín con Anastasio que se repuso del susto rápidamente, y me quedé allí disfrutando del maravilloso espectáculo y agradeciendo al cielo su regalo. Para cuando se apagaron todas las luces y logré llevar mi estrella al cuarto de los regalos ya mi vecina Pepita que me evitaba por todos los medios, contaba a su marido que había tenido un mal sueño y que no era necesario llamar al médico. La pobre, ha sellado la ventana de su cocina y ahora me vigila desde la caseta de su perro que me quiere un montón, y que no pierde oportunidad de escaparse a mi jardín a retozar y juguetear con las luciérnagas.
María de la Luz (30-01-2017)

lunes, 23 de enero de 2017

EL CIRCO Y LAS GOTAS DE COLORES

Aquel recuerdo de las gotas de colores me había acompañado a lo largo de mi vida. Resulta que siendo yo una pequeñaja de siete años, llegó al pueblo lo que parecía ser un circo. Vivíamos en un pequeño poblado cerca de nada y retirado de todo, y como podrán imaginar, la llegada de aquel conjunto de artistas, malabaristas, payasos y objetos de exhibición, produjo una gran algarabía que interrumpió la monotonía de aquel pobre y olvidado pueblo.
Como mi abuelo era una especie de autoridad que hacía las veces de Alcalde, a falta de uno, púsose presto para dar el visto bueno o no, a aquella suerte de disparatado desfile circense que en un santiamén puso patas arriba nuestras apacibles vidas.
La estridente música que invadió la calle principal ya no dejó trabajar a las gentes del lugar que con timidez, se fueron acercando poco a poco a la parafernalia del circo. Los niños ya no quisieron ir a la única escuela del pueblo que suspendió las clases por falta de asistencia. Y yo, que no me despegaba de mi abuelo ni un instante, le pedía insistentemente que me llevara a ver la función de los payasos.
Lo último que colocaron los trabajadores del circo, con ayuda y colaboración muy eficaz de algunos hombres del pueblo, fue la carpa. Todos sin excepción asistimos a la primera función, el pueblo entero yacía bajo la carpa del circo acompañado de un rotundo silencio esperando a que comenzara el espectáculo.
Empezó la función que sacaba largas y sentidas exclamaciones de admiración del público y de repente comenzó a llover. Por los numerosos agujeros de la vieja y trajinada carpa del circo se colaron imperceptibles y transparentes gotas de agua, que al entrar en caída recta y atravesar las luces multicolores que iluminaban el escenario, adquirieron color. Los actores del circo tan sorprendidos como el público, no tuvieron mas remedio que dejar que las gotas de colores formaran parte de la exhibición. Yo aluciné con el colorido espectáculo. Al final, el sonido de los aplausos se confundió con el de la lluvia, y todos aunque empapados deseábamos que en la próxima función volviera a llover.
Con la emoción en el pecho de mi primera vez en el circo, creí por mucho tiempo que todas las carpas de todos los circos tenían agujeros, y que así estaban hechas para cuando lloviera. Por mucho tiempo se habló en el pueblo del maravilloso espectáculo de las gotas de colores.
María de la Luz (23/01/2017)

domingo, 16 de octubre de 2016

POETISA

A veces una gota puede vencer la sequía... Shaira, mi amiguita de la infancia solía tararear esta canción mientras jugábamos con mi muñeca. Un día, movida por la curiosidad, le pregunté que donde la había aprendido y me dijo, que se la había enseñado su abuela quien se la cantaba constantemente.

Me pregunto que será de ella. Recuerdo el día que nos vimos por última vez, ella se fué con su madre en un viejo camión atestado de gente, llorando y apretando fuertemente la muñeca entre sus brazos; había llegado la noticia de que su abuela había muerto. No tuvimos tiempo ni siquiera de despedirnos, simplemente le di mi muñeca y ella la cogió y la apretó fuertemente contra su pecho. Yo me quedé allí mirando como se alejaba, mientras un sol intenso que se iba ocultando en el horizonte alumbraba todo el paisaje y le daba vida a las sombras. Yo también lloraba. Detras de aquel episodio quedaron nuestros innumerables días de juegos y nuestra amistad.

En aquel lugar no había escuela, por lo tanto cualquier hora del día era buena para jugar, tampoco había juguetes así que correr contra el viento, cantar o simplemente bailar para que se levantara el polvo eran algunos de los juegos que nos inventábamos, y por supuesto, que mi muñeca ejercía un poder mágico sobre Shaira. En aquel entonces no lo entendía, pero mi amiga era con la única con quien me permitían jugar, decían que porque no estaba contagiada. Un día mientras vestíamos y desvestíamos a mi muñeca una y otra vez, le pregunté que siginficaba su nombre y ella me dijo que no sabía, que se lo preguntaría a su abuela.

Su madre estaba muy enferma y estando ingresada en el humilde e improvisado hospital de la zona, se recuperaba muy lentamente, por lo tanto, habíamos adoptado a Shaira momentáneamente mientras su madre se curaba; vivían ellas en un cacerío lejano en donde no había doctores. Han pasado muchos años ya de aquel tiempo, era yo una niña de cinco años y mis padres ejercían como médicos para una ONG que prestaba ayuda humanitaria.

A veces una gota puede vencer la sequía... Ahora soy yo quien tararea el estribillo en recuerdo de mi pequeña amiga y de aquellos tiempos felices de mi infancia, mientras espero para abordar. Iré allí otra vez. Es mi deseo ejercer como médico en aquel lugar, anhelo volver a ver ese sol rojizo detrás del horizonte, remembranza imborrable que con el paso del tiempo ha embellecido en mi memoria el recuerdo de la cruenta realidad que imperaba a mi alrededor, dándole color a aquel tiempo de mi niñez. Poetisa, ese es el significado del nombre de mi amiga.

(María de la Luz)
16-10-2016

jueves, 13 de octubre de 2016

La Torre Eiffel desde la ventana


La economía de mi bolsillo me había obligado a coger aquella muy buena y tentadora oferta que por todas las redes sociales publicaba la conocida aerolínea. Así que por ajustarme a mi presupuesto, cosa que era imprescindible, y por las incontenibles ganas que tenía de visitar mi hogar materno lo antes posible, escogí aquel vuelo que me llevaría a mi destino tras una breve escala en París.
Era la primera vez que realizaba un recorrido de tal naturaleza. Muchas horas de vuelo, una escala en Francia y la travesía de pasar por cinco aeropuertos iban a ser mi itinerario de viaje. He de confesar que la emoción de la aventura me embargaba, pero al mismo tiempo estaba consciente de que sería un muy largo y agotador viaje que haría en solitario y sin mas compañía que mi equipaje, por lo tanto no dejaba de asustarme un poquito aquel osado recorrido.
Esta vez y como siempre, me acompañó la buena estrella; he de confesar que siempre he presumido de tenerla en todos los asuntos de mi vida. Así que los cinco aeropuertos, los controles de seguridad, los innumerables escáneres, las puertas electrónicas e inclusive las cacheos físicos a mi persona y a mi equipaje de mano, que tuve que sortear en este viaje que describo, resultaron realmente risibles de cara a las grandes expectativas que me había generado, sobre todo cuando pensaba que mis escasos conocimientos de francés no me iban a ayudar mucho a la hora de que necesitara explicar algo o responder alguna pregunta en la escala que tenía que hacer en el aeropuerto Charles de Gaulle en París, si así fuera necesario; por lo tanto, al no tener ningún tipo de complicación y por el contrario al toparme con caras amables y sonrientes en los controles, aquel viaje resultó ser una enriquecedora y grata experiencia.
Cuando ya sobrevolando Francia, nos anunciara el capitán de la aerolínea que estábamos próximos a llegar al aeropuerto Charles de Gaulle, recuerdo que con mi móvil en mano y preparada para tomar fotos desde la ventanilla del avión, me dispuse a no quitar la mirada ni un instante de la misma, de modo de poder conocer y admirar desde las alturas la ciudad de la luz; para mi suerte era de día y un cielo claro y despejado permitía al sol iluminar a la hermosa ciudad. Ya sobre París, que me resultó ser muy grande y bonita, me di el gusto de fisgonear a través de la ventanilla con atención todo lo que pudieran captar mis ojos, especialmente buscaba a la famosa Torre Eiffel, que con ansias internas anhelaba ver.
Observando muchos edificios, urbanizaciones, zonas verdes e impresionada por el ancho rio sena que atravesando la ciudad de largo a largo parecía dividirla en dos mitades iguales no quería perder detalle de todo cuanto veían mis ojos, sobre todo por lo que parecía ser mi obsesión, ver la Torre Eiffel.
Y de repente allí estaba. De un color cobre oscuro y cubierta de brillo apareció ante mis ojos bien puesta sobre una amplia zona verde llena de árboles, como consecuencia una espontánea sonrisa se dibujó en mi rostro. Tratando de detallarla lo mas que pudiera me di cuenta que debía ser muy alta pues las casas que observé a su alrededor se veían diminutas. Belleza y singularidad, sensaciones que se impregnaron de mi al mirarla. Maravilla del ingenio del ser humano pensamiento que me invadió. Sentí alegría por tener el privilegio de verla y acto seguido tomé la decisión de no hacer ninguna foto, pues era mas importante no perder ni un instante, y aprovechar al máximo su visión mientras la velocidad del avión me lo permitiera que perder valiosos minutos al manipular el móvil para enfocarla.
La recuerdo como si de una niña bonita se tratara, que danzando sobre un hermoso jardín verde fuera la predilecta y presumida hija de la hermosa ciudad de la luz. Tal es el imborrable recuerdo que me quedó de aquel sorpresivo y estupendo viaje, ver la Torre Eiffel desde la ventana.
María de la Luz
(13-10-2016)

viernes, 23 de septiembre de 2016

EL FINAL DE MI HISTORIA


Entré en el recinto, y para mi mayor comodidad, el lugar estaba solo, así que un encantador silencio me dio la bienvenida. Nada mas franquear la puerta, lo primero que me llamó la atención fue el cuadro de los ojos de mirada triste. Entraba yo en una sala de exposiciones donde eran expuestas bonitas y originales pinturas, colgadas sobre paredes muy blancas. La mirada triste de la chica de ese cuadro me siguió todo el tiempo que estuve allí.
El silencio del que hablé al principio pertenecía solo al recinto, porque después de estar un rato allí y haber visto todas las obras expuestas, caí en la cuenta de que a mis oídos llegaba el sonido de lo que parecía ser el tintineo de vasos, platos y cubiertos. Realmente la sala de exposiciones era pequeña y estaba ubicada en la planta baja de la universidad, en medio de pasillos llenos de aulas y otros ambientes.
Tengo la manía de sentirme tan a gusto cuando me encuentro a solas en algún lugar, que tengo la tendencia de magnificar el silencio del sitio. También me suele pasar que soy presa de la capacidad que he desarrollado de unir mi propio silencio con otros silencios que siempre tengo la suerte de encontrar a mi paso. Así que sintiéndome tan cómoda y a gusto con el silencio no es necesario que explique que estos estados tan personales duran realmente poco, sobre todo cuando estoy fuera desarrollando cualquier actividad propia de mis quehaceres cotidianos como colaboradora del digitalsur.com; pero no por ser cortos son menos intensos e inspiradores.
A causa del sonido que llegaba a mis oídos, que al parecer era originado por la manipulación de menaje y que me sacó de mi abstracción de silencio y observación, y guiada por la curiosidad, decidí dirigirme hacia el lugar de donde provenía tal ruido, con lo cual descubrí que al lado de la sala de exposiciones estaba la cafetería de la Universidad. Aquí aprovecho para decir que era la primera vez que visitaba aquella casa de estudios universitarios del sur.
Entonces, me adentré en aquel ambiente totalmente distinto al anterior, me senté allí, pedí un café y pensando en aquella mirada triste me dispuse a escribir, pues había encontrado la inspiración para narrar el final de mi historia.
María de la Luz
22-09-2016