martes, 28 de febrero de 2017

FIGURANTES DE ILUSION

Estuvieron allí por cuatro meses, en fila india, uno detrás del otro, pegados entre sí, inmóviles, desnudos y sin notoriedad alguna. Venían de pasar una larga temporada, un año y medio quizás, dentro de un armario entre ropas y otros objetos. Nadie los imaginaba en aquel rincón.
A Martina, le gustaba fantasear que hablaban en susurro y que emocionados comentaban entre sí la dichosa suerte que habían tenido al ser designados a un venturoso y emocionante destino. Pero la realidad era que, la tristeza se apoderaba de ella al sentir que por algún motivo desconocido, fueron echados a un lado por su nuevo dueño. Con mucha ilusión y generosidad, creyendo ser partícipe de una causa altruista se los había ofrecido, con la ingenuidad del que cree ser útil y de que su intención es valorada en su justa medida.
En muchos ratos libres se sentó en su sofá a mirarles y en alguna que otra mañana al salir de su habitación, ellos los maniquí, la sorprendieron con su compañía en su olvido. De vez en cuando la nostalgia y la melancolía se apoderaban de Martina, al recordar la ilusión que le había hecho su llegada a su piso.
Ahora, muchos meses después, mirando las fotos colgadas en las redes sociales, los volvió a ver. Ya no estaban en fila india, yacían erguidos, orgullosos e impecablemente vestidos, desbordando elegancia y sobriedad en aquel stand exquisitamente decorado. Ya no eran los mismos, cada quien ocupaba un lugar a sus anchas y con comodidad. Casi se podría decir que eran respetados por todos aquellos que pasaban por allí. Y fantaseando otra vez, los vio sonreir siendo objetos de elogio y admiración.
No supo nunca, en qué condiciones estaban desde que salieron de su piso hasta que los volvió a ver. Su nuevo dueño después de una ambigua actitud decidió llevárselos y nunca mas habló de ellos.
Y pensar que aquellos elegantes maniquís, habían estado durante cuatro meses en un pequeño piso, ubicado frente al mar, convertidos en figurantes de ilusión y vestidos con la ingenua suposición del amor. Al verlos nuevamente, una vez más le invadía a Martina la nostalgia, esta vez acompañada del amargo sabor que deja la ingratitud, pero con la certeza de que exhibían para ella el mejor de los ropajes, el que no derruye el tiempo, el recuerdo del mejor de los sentimientos.

María de la Luz.
(28/02/2017)

domingo, 12 de febrero de 2017

EL HADA CORAZÓN Y EL CARNAVAL

Era muy hermosa, todos se detenían aunque fuera un minuto a admirarla, y los niños embelesados, corrían a darle sus pequeñas manos, pues ella era tan encantadora, que los atraía de manera irresistible.
Un vestido blanco, vaporoso y amplio, adornado de corazones rojos que dejaban ver, de vez en vez un destello de luz, una varita de cristal que sostenía entre sus delicadas manos, una zapatillas transparentes, una larga y abundante cabellera castaña oscura, mejillas sonrosadas, labios encarnados, grandes ojos verdes y una misteriosa sonrisa, tal era el aspecto de la delicada chica; y a la inevitable pregunta que le hacían los más pequeños, siempre contestaba: -Soy el HADA CORAZÓN-.
Pepe no pudo evitar dejar de observarla durante todo el tiempo que estuvo allí. Como todos los años y como era su gran pasatiempo, con su nueva cámara en mano, Pepe acudió al gran desfile en búsqueda de una toma espectacular, que le hiciera poseedor de una original y grandiosa foto.
Los niños corrían hacia ella nada mas verla, por lo tanto caminaba acompañada de un montón de pequeños tigres, osos, duendes, flores, reinitas, reyes, princesitas, príncipes, robots, caramelos y pare usted de contar. Muchos niños le creían cuando les decía que ella era un hada de verdad.
De tanto en tanto Pepe, se acercaba lo suficiente como para escuchar lo que hablaba con los pequeños, pues su curiosidad era mucha.
La pudo ver durante todos los días que duró el carnaval en la ciudad, y estaba decidido a hacerle muchas fotos, pues su traje era muy original y no sé por qué misteriosa razón a él le parecía que lo llevaba con tal naturalidad que cualquiera pensaría que era su ropa habltual, no parecía ni nuevo ni viejo, simplemente era hermoso y diferente.
Como siempre Ada, podía andar a sus anchas por doquier por estos días siendo ella misma, y lo mejor de todo era, que podía hacer uso libre de sus mágicos dones, ya que la alegría y el ambiente de fiesta era tal, que nadie reparaba en su verdadera identidad. Y así le sucedía a sus hermanas, el hada mariposa y el hada ilusión.
Su vecina Doña Encarnación, siempre le pedía algún favorcillo mágico, lo que le hacía pensar que era una anciana muy sabia que se había convertido en su cómplice.
A ella le hacía mucha ilusión asistir al gran desfile, el cual esperaba con ansias cada año, porque una vez allí, caminando junto a todas aquellas personas esparcía mágicos y misteriosos polvos con tan solo hacer una tímida reverencia, polvos cargados de sonrisas, valores, bondad, fidelidad, respeto, inocencia, arte, dones y talentos, destinados a aportar bienestar a todo aquel que los recibiera, y por otra parte la música, las risas, el colorido, los originales vestidos, los grupos de grandes y chicos todos juntos haciendo sus coreografías y representaciones carnavalescas, las grandes carrozas y las hermosas reinas del carnaval, la hacían sentirse como en su mundo, divirtiéndose un montón con todos los niños a su alrededor.
Una vez que terminó la gran fiesta, Ada volvió a su vida habitual hasta el próximo carnaval para seguir cumpliendo con su misión, y Pepe logró tomar una foto a un hada de verdad sin saberlo.

María de la Luz (12-02-2017)

lunes, 30 de enero de 2017

UNA ESTRELLA EN MI JARDÍN

He de confesar que la gente cree que estoy un poco loca o peor aún que soy bruja, ya que desde que nací una serie de sucesos considerados mágicos por mí pero extraños por los demás, han marcado mi existencia. Mi abuelita solía decirme cuando era pequeña, que no hiciera caso de los comentarios ya que la gente solía ser muy aburrida y limitada y esto no les permitía ver las maravillas del universo y menos aún poseerlas, como había aprendido a hacerlo yo con la sabia enseñanza de mi querida abuela. Así que yo que me aferro a estos argumentos tan convincentes, vivo feliz pidiéndole al universo según lo he aprendido, lo que se me antoja. A continuación les cuento como mi vecina Pepita que no dejaba de vigilarme a través de la ventana de su cocina, fue testigo del maravilloso regalo que me hizo cierto día, el cielo. Resulta que estando yo en una apacible tarde, absorta en la escritura del diario de mis sueños, escuché un extraño ruido afuera. Las cortinas se movieron y mi gato Anastasio se metió debajo del sofá. Un gran resplandor invadió la cocina. Sentí un viento cálido y mi cabello se llenó de escarcha azul. Sonreí y pensé que por fin tenía la mía. Me asomé al jardín y allí estaba. Tendría que esperar a que su fulgor se apaciguara. Era maravilloso ver todas esas diminutas luces de colores pululando por todo el lugar. Había caído una estrella en mi jardín. Mi pobre vecina Pepita que no salía de su asombro cayó desmayada por la impresión de tal acontecimiento. Yo salí a mi jardín con Anastasio que se repuso del susto rápidamente, y me quedé allí disfrutando del maravilloso espectáculo y agradeciendo al cielo su regalo. Para cuando se apagaron todas las luces y logré llevar mi estrella al cuarto de los regalos ya mi vecina Pepita que me evitaba por todos los medios, contaba a su marido que había tenido un mal sueño y que no era necesario llamar al médico. La pobre, ha sellado la ventana de su cocina y ahora me vigila desde la caseta de su perro que me quiere un montón, y que no pierde oportunidad de escaparse a mi jardín a retozar y juguetear con las luciérnagas.
María de la Luz (30-01-2017)

lunes, 23 de enero de 2017

EL CIRCO Y LAS GOTAS DE COLORES

Aquel recuerdo de las gotas de colores me había acompañado a lo largo de mi vida. Resulta que siendo yo una pequeñaja de siete años, llegó al pueblo lo que parecía ser un circo. Vivíamos en un pequeño poblado cerca de nada y retirado de todo, y como podrán imaginar, la llegada de aquel conjunto de artistas, malabaristas, payasos y objetos de exhibición, produjo una gran algarabía que interrumpió la monotonía de aquel pobre y olvidado pueblo.
Como mi abuelo era una especie de autoridad que hacía las veces de Alcalde, a falta de uno, púsose presto para dar el visto bueno o no, a aquella suerte de disparatado desfile circense que en un santiamén puso patas arriba nuestras apacibles vidas.
La estridente música que invadió la calle principal ya no dejó trabajar a las gentes del lugar que con timidez, se fueron acercando poco a poco a la parafernalia del circo. Los niños ya no quisieron ir a la única escuela del pueblo que suspendió las clases por falta de asistencia. Y yo, que no me despegaba de mi abuelo ni un instante, le pedía insistentemente que me llevara a ver la función de los payasos.
Lo último que colocaron los trabajadores del circo, con ayuda y colaboración muy eficaz de algunos hombres del pueblo, fue la carpa. Todos sin excepción asistimos a la primera función, el pueblo entero yacía bajo la carpa del circo acompañado de un rotundo silencio esperando a que comenzara el espectáculo.
Empezó la función que sacaba largas y sentidas exclamaciones de admiración del público y de repente comenzó a llover. Por los numerosos agujeros de la vieja y trajinada carpa del circo se colaron imperceptibles y transparentes gotas de agua, que al entrar en caída recta y atravesar las luces multicolores que iluminaban el escenario, adquirieron color. Los actores del circo tan sorprendidos como el público, no tuvieron mas remedio que dejar que las gotas de colores formaran parte de la exhibición. Yo aluciné con el colorido espectáculo. Al final, el sonido de los aplausos se confundió con el de la lluvia, y todos aunque empapados deseábamos que en la próxima función volviera a llover.
Con la emoción en el pecho de mi primera vez en el circo, creí por mucho tiempo que todas las carpas de todos los circos tenían agujeros, y que así estaban hechas para cuando lloviera. Por mucho tiempo se habló en el pueblo del maravilloso espectáculo de las gotas de colores.
María de la Luz (23/01/2017)

domingo, 16 de octubre de 2016

POETISA

A veces una gota puede vencer la sequía... Shaira, mi amiguita de la infancia solía tararear esta canción mientras jugábamos con mi muñeca. Un día, movida por la curiosidad, le pregunté que donde la había aprendido y me dijo, que se la había enseñado su abuela quien se la cantaba constantemente.

Me pregunto que será de ella. Recuerdo el día que nos vimos por última vez, ella se fué con su madre en un viejo camión atestado de gente, llorando y apretando fuertemente la muñeca entre sus brazos; había llegado la noticia de que su abuela había muerto. No tuvimos tiempo ni siquiera de despedirnos, simplemente le di mi muñeca y ella la cogió y la apretó fuertemente contra su pecho. Yo me quedé allí mirando como se alejaba, mientras un sol intenso que se iba ocultando en el horizonte alumbraba todo el paisaje y le daba vida a las sombras. Yo también lloraba. Detras de aquel episodio quedaron nuestros innumerables días de juegos y nuestra amistad.

En aquel lugar no había escuela, por lo tanto cualquier hora del día era buena para jugar, tampoco había juguetes así que correr contra el viento, cantar o simplemente bailar para que se levantara el polvo eran algunos de los juegos que nos inventábamos, y por supuesto, que mi muñeca ejercía un poder mágico sobre Shaira. En aquel entonces no lo entendía, pero mi amiga era con la única con quien me permitían jugar, decían que porque no estaba contagiada. Un día mientras vestíamos y desvestíamos a mi muñeca una y otra vez, le pregunté que siginficaba su nombre y ella me dijo que no sabía, que se lo preguntaría a su abuela.

Su madre estaba muy enferma y estando ingresada en el humilde e improvisado hospital de la zona, se recuperaba muy lentamente, por lo tanto, habíamos adoptado a Shaira momentáneamente mientras su madre se curaba; vivían ellas en un cacerío lejano en donde no había doctores. Han pasado muchos años ya de aquel tiempo, era yo una niña de cinco años y mis padres ejercían como médicos para una ONG que prestaba ayuda humanitaria.

A veces una gota puede vencer la sequía... Ahora soy yo quien tararea el estribillo en recuerdo de mi pequeña amiga y de aquellos tiempos felices de mi infancia, mientras espero para abordar. Iré allí otra vez. Es mi deseo ejercer como médico en aquel lugar, anhelo volver a ver ese sol rojizo detrás del horizonte, remembranza imborrable que con el paso del tiempo ha embellecido en mi memoria el recuerdo de la cruenta realidad que imperaba a mi alrededor, dándole color a aquel tiempo de mi niñez. Poetisa, ese es el significado del nombre de mi amiga.

(María de la Luz)
16-10-2016