domingo, 19 de marzo de 2017

EL VIAJE

Conformada por camisones de punto, enaguas de algodón, zapatos nuevos, vestidos de lino, calcetines de seda, ropa interior y pañuelos bordados, mi padrino haciendo gala de su generosidad y de la nobleza de corazón que le caracterizó siempre, no escatimó en esfuerzos económicos para completar mi dote para el largo viaje. Era yo una niña de trece años en vísperas de convertirme a una tierra extranjera, y pese a que me esperaban mis padres al otro lado del océano, me embargaba una gran tristeza por tener que dejar todo lo que hasta ese momento había conformado mi mundo. Aunque una aventura donde experimentaría lo que no había visto nunca me esperaba, y todos los regalos recibidos de mi padrino Adolfo me halagaban y me hacían sentir como una reina, una gran incertidumbre invadía todo mi ser, y me hacía presentir que mi isla en la que había sido tan feliz, quedaría atrás para siempre. Dentro de aquel corpulento barco, custodiada por Doña Ángela y Don Félix, navegando ya sobre el inmenso océano Atlántico, comencé a transformarme en una extraña, dentro de mí brotaba un misterioso y desconocido sentimiento que me hacía sentir ajena y forastera ante aquello que me esperaba, arrancada de donde pertenecía temía estar confinada a ese sentir por siempre.
María de la Luz (19-03-2017)

miércoles, 15 de marzo de 2017

AMOR ETERNO

Simplemente soltó su cámara y dejó que flotara hacia la superficie. La foto sería la prueba de que la había encontrado, y también, sería el mensaje de que había decidido quedarse allí para siempre para cumplir su destino junto a ella. En la búsqueda del amor que le había sido arrebatado se adentró en aquel mar una y otra vez, hasta que lo logró. Ahora los dos reposarían en las mismas aguas, y bailarían juntos al vaivén de burbujeantes corrientes. Cuando la vio, cogió su rígida mano, besó su pálida tez, agradeció a las amarillentas algas que adornaran su vestido y sin demora la fotografió, entonces, se dispuso a navegar a su lado, dejando que los flujos marinos guiaran su camino hacia las profundidades. Partieron pues su amada y él, acompañados de un cortejo de curiosos pececillos de colores que prestos en su andar, parecían entender cuál era su misión, acompañarlos en su viaje. El cuerpo de ella en un lento y flotante giro se posó sobre él que se aferró a su cintura mientras se sentía desvanecer. Sus siluetas lánguidas e inertes, se fueron desdibujando lentamente en el transparente azul de aquel mar en calma, dejando tras de sí una estela de amor eterno.

María de la Luz (15-03-2017)

sábado, 4 de marzo de 2017

LA CIUDAD DE LUDKA

Lo que hace a Ludka diferente de las otras ciudades es que en vez de aire tiene humo de incienso.
La humareda de la gomorresina de olor aromático que se quema en todas las casas, como es la tradición, cubre completamente las calles, las habitaciones incluidos los servicios, patios y trasteros, están repletas de hermosos braserillos de todos los tamaños y colores, con cadenillas y tapa, que se heredan de generación en generación, y que se usan para quemar incienso y esparcirlo. Sobre las escaleras se posa una tenue neblina que desdibuja extrañas y sorprendentes figuras, que bailan al compás de las fumaradas que expulsan los incensarios. Encima de los tejados se produce una vaporización que da como resultado la aparición de pequeñas gotas de agua rojizas, que se dispersan con el viento.
Si los habitantes pueden andar por la ciudad, inhalando el perfumado y espeso humo de incienso, no lo sabemos; pero estamos seguros de que un vaho de sustancias balsámicas pulula por todos los rincones y rodea la ciudad.
A sus habitantes les conviene quedarse quietos y tendidos, cuando un golpe de olorosa y densa mezcla de vapores irrumpe a su paso. Los lugares están difuminados tras una cortina de humo, convirtiendo a la ciudad ante los ojos de cualquier extraño, en una gran mancha, fascinante y confusa.
Hay quien dice que los habitantes de Ludka al morir, sus cuerpos, se evaporan dejando tras de sí inexplicables y fragantes olores.
De noche, pegando el oído al suelo, se escucha un misterioso crepitar, de allí la creencia de que la ciudad se erige sobre ardientes brazas que subyacen en el subsuelo, y que éstas, desde las entrañas de la tierra sahúman la vida de aquella extraña y singular ciudad, signando el almizclado y humoso comportamiento de sus habitantes y permitiendo que su aroma, el de Ludka, se esparza por miles de kilómetros a la redonda.

María de la Luz (04-03-2017)