sábado, 5 de agosto de 2017

EN VUELO Y CANTABRIA

Poco a poco el característico ruido del avión metido en mi cabeza comenzó a invadir mis pensamientos, se fueron disipando las dudas y los tan irremediablemente entrometidos asuntos del trabajo. Unas inesperadas risas a causa del vecino que ocupaba el asiento a mi derecha, por la gracia que me causaba el bamboleo de su dormida humanidad, me invadieron y vinieron a refrescar mi día. A través de la ventanilla el azul del cielo se dispuso a llamar mi atención. Una voz muy peculiar, la del comandante del avión, hizo que prestara atención a todas las veces que se dirigió a los pasajeros, la primera vez para decirnos que estábamos justo sobre el sur de Portugal y la segunda, para recitarnos en un tono casi teatral la importancia y el respeto que le debíamos a su tripulación, lo que me hizo suponer que algo habría pasado entre algunas de las jóvenes y guapas azafatas que nos atendían y algún pasajero. Pequeñas turbulencias que sacudían el aparato volador, me hacían luchar para mantener el equilibrio en mi dedo y poder teclear atinadamente, era necesario escribir algo, no debía desaprovechar este preciado tiempo libre que logré liberar de los barrotes del horario laboral. Una pequeñaja pasó corriendo por el pasillo central, no logré verla bien, sólo el característico ruido que hace un niño cuando corre y el movimiento de su cabello dieron cuenta de ello. Oía las voces y las risas de mis compañeros desperdigados por todo el avión cuando, la artística voz del comandante irrumpió nuevamente para decirnos que en veinte minutos llegaríamos a Madrid, que en su cielo había algunas nubes y que la temperatura allí sería de 39 grados. Miré por la ventanilla y la claridad me deslumbró, eran las 16:24 h. en el vuelo 3911 que estaba a punto de finalizar, pero mi propio vuelo el que ocupa mis días, continnuaba. Por lo pronto voy rumbo a descubrir Cantabria.

María de la Luz (05/08/2017)