jueves, 16 de agosto de 2018

VENGANZA


A la misma hora, Laura López Real se sentaba en el elegante sillón Luis XV, la sobria estancia estaba llena de fotos y de valiosos recuerdos que daban cuenta de veinte años de feliz vida matrimonial; ambos, su marido y ella, la habían ido decorando con objetos de valor, con antigüedades y con exquisitos caprichos personales que la exorbitante herencia del padre de ella, el finado Don Pedro López Castro, les permitía darse. El golpe de la traición llevó a Laura a tomar la decisión de acabar con aquella habitación a través de una rutina autoimpuesta; cada noche, mientras el azul de su mirada se posaba sobre el líquido de la bebida, la venganza se gestaba y nacía al compás del seductor movimiento de las burbujas del espumante champán Lanson, su preferido. Esta vez decidió quemar la foto en la que su exmarido tenía la misma sonrisa que la del día que lo descubrió con su amante. Siempre sintió animadversión por esa foto, él la había traído de su viaje por Egipto, conocer la Pirámide de Guiza había sido una excusa, ahora lo sabía, su amiga también había ido. Y mientras el fuego iba convirtiendo en cenizas la imagen de él, una íntima conversación con el crepitar de la llama la llevó a murmurar que era un champán con una pureza excepcional de fruta. Noche tras noche, un objeto de aquella habitación desaparecía por mandato expreso de ese despecho indómito que dentro de ella clamaba venganza.

jueves, 19 de julio de 2018

AQUELLA NOCHE


Aquella noche me desperté a su lado. Sabía que era mejor no hacer ruido para que los demás no se dieran cuenta. Había estado esperando aquel acontecimiento por mucho tiempo y el momento había llegado, por lo tanto, en aquel instante anhelaba con todo mi corazón ser valiente. Caminé sigilosamente entre mantos, reclinatorios y veladoras con sumo cuidado de no tocar sus alas, pues me parecían tan sutiles que temía que desaparecieran con el solo soplo de mi aliento, por eso, muy a menudo contenía mi respiración. No me atrevía a alzar la mirada por temor a que alguien me detuviera, así que todo el tiempo miraba mis pies descalzos tocar el mármol del piso a cada paso que daban mientras me sentía un tanto extraño. De vez en cuando su revoloteo me hacía trastabillar, pero seguía adelante sintiendo una fuerza misteriosa que me empujaba haciéndome creer que en algún momento emprendería el vuelo. Mientras mis brazos rodeaban su pequeña humanidad, no cesaba de pensar en el momento en que desperté y lo vi a mi lado. Cuando llegué al borde, un viento suave echó mi cabello hacia atrás, y el pequeño ángel desprendiéndose de mis brazos emprendió el vuelo no sin antes tenderme su mano e invitarme a ir con él, miré a mi alrededor y observé por última vez mi habitación, todas mis pertenencias estaban allí como de costumbre. Antes de irme me despedí de mis juguetes y le lancé un beso a mi madre que dormida yacía sobre el sillón junto a mi cama.

sábado, 9 de junio de 2018

DESPEDIDA


Era el primer domingo del que fuera nuestro último otoño juntos y mientras tocaba te fuiste. Aún resuenan en mi cabeza los acordes de mi guitarra. Nuestra relación se dirigía hacia un inevitable invierno y los dos queríamos desesperadamente emigrar hacia algún lugar donde pudiéramos evitar el frio. Estaba claro que nuestra estación preferida era el verano y que daríamos cualquier cosa por pernoctar en ella, aunque eso significara comenzar de nuevo y trasladarnos a otros lares. Las notas musicales de aquella canción acompañaron tus pasos en el preámbulo de tu partida. Tu maleta estaba hecha hacía algunos días. No fueron necesarias ni preguntas ni respuestas, porque a ambos nos invadía una cómoda complicidad en aquel momento. Siempre lo supimos, preferíamos descubrir otros soles en el horizonte, sucumbir a  la irresistible tentación de sentir nuevos rayos de sol destemplando nuestra piel, e ir tras la excitante aventura de disfrutar olores y sudores diferentes, inclusive de dejarnos lavar los arrepentimientos en playas recién descubiertas.  Con mi canto impedí la tan temida despedida y nos liberamos de dar explicaciones. Lo único que pudiste decir antes de cerrar la puerta fue, que era una bonita canción mientras yo asentía con la cabeza y tarareaba el estribillo.

lunes, 7 de mayo de 2018

UN PUÑADO DE CARAMELOS


En aquel paraje cuando el viento movía las ramas de los árboles se dejaba oír un sonido quejumbroso como si alguien estuviera llorando, era como un débil lamento que le daba un hálito de misterio al lugar, pese a ello, era hermoso, estaba muy bien cuidado y sacaba palabras de admiración de los viajeros que pasaban por allí.
Martica decidió guardar algunos caramelos desde que se dio cuenta que Antonio Biruela construía un recinto igual al de ella. El hombre trabajaba sin parar y cuando colocó el ángel, segura estaba que pronto, al día siguiente quizás, llegaría otro niño que le haría compañía. Así había sucedido cuando Elenita llegó a aquel lugar, pero pronto su abuela la había ido a buscar y ya no la vio más.
La madre de Martica le llevaba todos los domingos una bolsita de caramelos y algún juguete, con lo que siempre tenía con qué entretenerse, pero echaba de menos tener con quien jugar. Así que entusiasmada, Martica vislumbró venturosas tardes de juegos en las cuales ya no correría entre las flores ni subiría a los árboles sola.
Siendo muy joven Antonio Biruela comenzó a plantar petunias en un pedazo de terreno que él mismo había escogido, desde entonces ya no había parado ni de plantar flores ni de enterrar muertos. Las conservadas tumbas cuidadosamente identificadas con sus correspondientes nombres y fechas, surgían de entre  petunias, claveles, rosas, margaritas y floridas trinitarias, pero su verdadero arte estaba en los sepulcros que hacía para los niños, eran pequeños mausoleos llenos de encanto y ternura capaces de albergar la felicidad eterna de cualquier infante.
A la mañana siguiente a Martica la despertó el sonido de la lluvia. Al asomarse a la ventana de su pequeña capilla un aguacerito menudo acompañaba el cortejo fúnebre que veía venir. Al divisar la pequeña urna blanca una sonrisa iluminó su tez morena, cogió un puñado de caramelos, y presta se dispuso a dar la bienvenida al que desde ahora en adelante sería su nuevo compañero de juegos.

viernes, 16 de marzo de 2018

FANTASMAS

Esos recuerdos que se agazapan en el alma y se esconden no se sabe donde, pareciera que tienen subterfugios mágicos para hacernos creer que se han difuminado y que ya no existen; pero de repente, aparecen en forma de una sutil estela de humo que llama nuestra atención, convirtiéndose al primer soplo de nuestro aliento en una llamarada.



sábado, 10 de marzo de 2018

LA FOTO

-¡Qué extraño!. No recordaba haber hecho esa foto-. Balbuceaba mientras llenaba su copa con ese whisky caro con el que se emborrachaba cada noche desde que su marido la dejó. Como de costumbre se sentaba en el elegante sillón del centro y allí permanecía largas horas en estado contemplativo. La sobria estancia estaba plagada de fotos que daban cuenta de veinte años de feliz vida matrimonial, y por supuesto que la foto de su enlace nupcial presidía el cortejo de todas las demás, colocada en el centro de la pared del fondo, con su exquisito marco de plata y de gran tamaño mostraba una pareja primorosamente vestida, ella con su precioso ramo de rosas rojas y él con su bastón negro con empuñadura de oro. La verdad que había tomado una muy buena decisión al escoger esa tela de organza de seda natural color crudo para su vestido de novia, pensaba para sí al tiempo que murmuraba, —es una tela con muy poco cuerpo, translúcida y con vuelo a la vez que liviana y sostenida, que le aporta un toque elegante a las prendas—. Pero siempre detenía su atención en la foto que era la causante de ese estado contemplativo en el que se sumergía, la que no recordaba haber hecho o quién la había hecho. La foto en la que él aparecía en solitario con su sombrero de piel en la mano, en la que se le veía feliz, y en la que tenía la misma sonrisa que el día que lo descubrió con su amante.

domingo, 25 de febrero de 2018

LAS MUJERES CANARIAS EN LOS SIGLOS XVIII Y XIX DESDE LA PERSPECTIVA DE LOS VIAJEROS


En esta oportunidad voy a hacer referencia al testimonio que dejaron a través de sus viajes y anotaciones numerosos viajeros que vinieron a las Islas Canarias durante los siglos XVIII y XIX, y que constituye una fuente de información muy importante que dibuja con numerosos detalles la forma de vida de los habitantes de nuestras islas para la época.
Existen numerosos estudios documentados que dan cuenta de ello y como siempre les invito a investigar para ampliar sobre este tema si así lo desean. En lo que a mí respecta quiero compartir con ustedes algunas peculiaridades y características de la mujer isleña de la época desde la óptica plasmada en los relatos escritos por estos viajeros, tomando en cuenta algunas lecturas que he hecho, principalmente de la Revista Argentina de Sociología Año 3, N0.5.
En primer lugar estos viajeros eran hombres y mujeres europeos que arribaron a las islas por infinidad de motivos, por razones laborales, de estudio, salud o vacaciones, en compañía o en solitario. Gracias a la amplitud de miras de estos viajeros y, a la vez, a la sorpresa o el impacto que produjeron en sus retinas determinados comportamientos, éstos lograron rescatar la silenciada vida cotidiana en que las mujeres canarias eran protagonistas por excelencia. En su transitar por los caminos y calles de Canarias, los viajeros describieron usos y costumbres de las mujeres, motivados por las proezas que ellas realizaban a diario en su particular rutina.
Las isleñas, mujeres “multiocupadas”
A partir de los relatos de estos viajeros a los que hago referencia, se revela que el entramado socioeconómico de la mayor parte de la población de las islas era mísero, motivo por el cual cobraba relevancia el papel de las mujeres en tanto era esencial su contribución a la economía familiar. Las mujeres trabajaban a pie de huerta al igual que lo hacía cualquier hombre: cultivaba papas,  procedía a su recogida, cortaba y cargaba uvas hasta el lagar, cuidaba, podaba y procesaba el tabaco, recolectaba y empaquetaba plátanos, recogía crustáceos y protegía a las tuneras de las inclemencias del tiempo, entre otras actividades de subsistencia. Es decir, pese a ser considerada el sexo “débil”, en el ámbito rural la mujer desempeñaba todo tipo de trabajos, independientemente de su rudeza o dificultad. Para algunos de estos viajeros, el trabajo realizado por las mujeres isleñas llegaba a ser, en ocasiones, mas férreo que el de los hombres.
Podemos considerar a las mujeres como pluriempleadas agrícolas. Por ejemplo, además de trabajar en los cultivos, las mujeres rurales eran las encargadas, la mayoría de las veces, de la comercialización de los productos agrícolas, animales o marinos e incluso de las mercancías elaboradas por ellas mismas. En efecto, las mujeres eran las que se dedicaban a vender de manera ambulante diversos artículos por pueblos y ciudades. Por ello resultaba habitual que los viajeros, durante sus  excursiones, tropezaran cada día con campesinas, lecheras, panaderas, pescaderas, carboneras o gangocheras en las veredas, dispuestas a ofrecer sus productos a cuanta persona encontraran a su paso.  Cabe destacar que la capacidad de negociación  también era una labor desempeñada por las mujeres que en muchos casos si no vendían sus productos los intercambiaban por otros. Además de sus múltiples labores fuera, en el hogar también desempeñaban las tareas necesarias para el mantenimiento de una casa.
Cargaban grandes pesos y hacían todos sus desplazamientos a pie
El modo de desplazamiento que tenían estas mujeres para realizar su actividad laboral se reducía a los pies; éstas debían acarrear los productos destinados a la venta sobre sí mismas. A la mayoría de los viajeros les asombraba la capacidad con la que las mujeres canarias transportaban grandes pesos en las cabezas utilizando como único recurso, para evitar el contacto directo con el cesto o la lechera, una simple almohadilla elaborada con retales de tela o con ramas de plantas. Asimismo, les llamaba la atención el hecho de que no se ayudaran de las manos para transportar tal carga. En ocasiones, cuando las mujeres se disponían a vender iban acompañadas de sus esposos y lo que resultaba muy sorprendente era que la mujer siempre hacía el camino a pie mientras que el hombre lo hacía montado sobre el lomo de un animal. Más aún, muchas veces el peso de los productos que transportaban las mujeres se veía además incrementado con la carga adicional de los hijos pequeños ya que la necesidad de subsistencia les impedía  quedarse en la casa al cuidado de los hijos, por lo tanto se veían obligadas a llevarlos consigo en todo momento, incluso cuando tenían que caminar largas distancias. Cuando los niños no podían desplazarse por sí mismos porque todavía no caminaban por ser muy pequeños, las mujeres los enganchaban a las caderas y, bajo estas condiciones, desarrollaban su actividad laboral.
Siempre iban descalzas por caminos escabrosos y llenos de matorrales
Hay que añadir que las mujeres siempre iban descalzas, independientemente de cual fuera el estado del camino, que por lo general solía ser bastante pedregoso. Las grandes carencias económicas impedían a la población contar con zapatos, motivo por el cual, cuando poseían un par, lo cuidaban celosamente. Algunos viajeros señalan que los isleños estaban tan acostumbrados a caminar descalzos que, cuando se ponían los zapatos, les molestaban al andar, razón por la cual preferían seguir con sus pies desnudos.
Otros trabajos fuera del hogar
Prosiguiendo con las ocupaciones de las mujeres, además de las labores agrícolas y de la venta ambulante, éstas se dedicaban también al servicio doméstico. La mayoría de las veces las mujeres se empleaban como sirvientas de las clases más pudientes o de aquellos personajes del pueblo que se erigían en figuras importantes, como sacerdotes, alcaldes o en residencias de extranjeros que fijaban sus domicilios en Canarias o de viajeros temporales. En ocasiones, estas sirvientas eran las encargadas de realizar todos los quehaceres del hogar de sus patrones, por lo que sus jornadas de trabajo eran interminables;  a cambio obtenían un salario mísero, a veces compensado con estancia y alimentación. Otras mujeres, sin embargo, sólo eran contratadas para realizar alguna actividad específica: lavar la ropa, planchar, transportar agua, etc., motivo por el cual el salario recibido era mucho menor.
No sabían leer ni escribir y no tenían preparación alguna
Independientemente de las tareas realizadas por unas y otras, todas procedían de las capas populares isleñas, no sabían leer ni escribir y desconocía las costumbres y el modus vivendi de los extranjeros, por lo tanto se les contrataba para adjudicárseles los trabajos mas duros.
El lavado de la ropa
Otro quehacer doméstico que correspondía exclusivamente a las mujeres y presentaba grandes dificultades era el lavado de la ropa, una tarea que se veían obligadas a realizar en aquellos lugares en los que corría el agua: barrancos, arroyos, etc. porque, como no existía el agua corriente en los domicilios, las mujeres tenían que buscar los sitios idóneos para tal fin, sitios muchas veces alejados del hogar. En ellos solía concentrarse un gran número de mujeres, convirtiéndose en puntos de encuentro para las vecinas del pueblo; era quizá el único momento del día que éstas tenían para conversar, siempre al tiempo que realizaban la actividad.
Eran artesanas
Realizaban todo tipo de trabajos artesanales en sus propios hogares, como la fabricación de cerámica, la costura y la hilandería. Gracias al desarrollo del turismo, algunos sectores pudientes ayudaron al desarrollo de esta actividad y pronto proliferaron talleres de calados y bordados. Dichos talleres se convirtieron en un destino laboral para muchas mujeres de clase humilde que, sin muchas opciones, soportaron las agotadoras jornadas de trabajo a cambio de un salario de subsistencia.
Indumentaria
En el caso de las mujeres rurales, las faldas de colores, los pañuelos, los delantales y los sombreros delataban su condición de pueblerinas. La vestimenta de las campesinas canarias era similar entre las diferentes islas, con algunas excepciones, como la distinta colocación del pañuelo en hombros, cabeza o cuello o la forma del sombrero. La lana usada para confeccionar los mantos de las mujeres rurales develaba su pertenencia al campesinado.
Aspecto físico
Entre los escritos analizados figuran muchas referencias a la belleza y hermosura de las jóvenes isleñas, mujeres de atractivos rasgos. La mayoría de los cronistas hace referencia a los ojos, el cabello o la tonalidad de la piel. En la mujer rural la piel de su cara estaba mas que endurecida a consecuencia del arduo trabajo que se veían forzadas a realizar cada día bajo las inclemencias del tiempo, ya que estaban expuestas al sol, al viento y a la lluvia.
Moralidad y los postigos
A viajeros y viajeras, les alarmaba las restricciones a las que estaban sometidas las mujeres canarias, había un férreo control moral que se extendía a todos los ámbitos de su vida, bastante riguroso también a las clases acomodadas, en este contexto, los momentos de diversión y esparcimiento para el colectivo femenino eran nulos o escasos, no podían salir bajo ningún concepto solas, el matrimonio era el único camino de honor para sus vidas, según los viajeros, las mujeres vivían recogidas en sus casas y el único contacto con el exterior era a través de la ventana, pues se asomaban a través de los postigos para relacionarse con otras personas. Olivia Stone anotó la peculiaridad de los postigos de las casas de los pueblos y escribió que paseando por Garachico era observada a través de éstos, a pesar de que la calle estaba vacía y en silencio.
Viajeros y viajeras europeos
Las crónicas son una importante fuente histórica para el conocimiento del pasado insular. Por tanto, este legado de viajeros y viajeras europeos se convierte en uno de los recursos mas importantes para rescatar la historia pasada de la población canaria en general y de la femenina en particular, fueron ellos quienes mejor documentaron esta forma de vida, legándonos un material histórico de incalculable valor. Menciono algunos de los cronistas de los que procede la información contenida en este artículo: Elizabeth Murray, Ann Brassey, Marianne North, Jessie Piazzi Smith, Olivia Stone, entre otros.
Termino este artículo con un sentir que me lleva a dar mas de mí y a apreciar el legado que nos deja todo tiempo pasado.

-¿Abuela a que sabe el mar?. Sabe a nostalgia con un poco de sal-. (Desconozco su autor).

María de la Luz
(25-02-2018)

lunes, 19 de febrero de 2018

PORDIOSERO


Todos me miraron mientras un profundo silencio intentó delatarme. Emití una sonora carcajada y comencé a explicarles con lujo de detalles como había logrado un traje tan auténtico. Creo que debí convencerlos porque sin terminar mi alegato ya me habían invitado a unirme a su grupo. Este era el quinto año consecutivo que lograba hacerlo. Como todos los años me infiltré en un grupo que esta vez era muy numeroso, había descubierto un mecanismo mas de sobrevivencia, y este consistía en unirme a una juerga que ajena a mi verdadera condición de indigente celebraba por todo lo alto la autenticidad y originalidad de mi disfraz a cambio de comida y bebida gratis. Por eso odiaba con todas mis fuerzas el carnaval, porque lejos de reportarme alegría y liberación de emociones, me afianzaba en el amargo y penoso vestido que me había impuesto mi desgraciada vida. Pero en esta oportunidad un detalle aparentemente inofensivo me sobrecogió, en aquel grupo detrás de un antifaz, una mirada profunda y negra erizó mi curtida piel, sin embargo la marea humana exultante de purpurina y maquillaje me arrastró y me dejé llevar, y pronto yo también cantaba y bailaba como todos, olvidando momentáneamente aquella espeluznante mirada. Entrada la noche que ya se preparaba para dar paso a la madrugada me volví a topar con el antifaz de la mirada profunda y negra, me había seguido y había descubierto mi escondite de miserable pordiosero. Se fue acercando lentamente y a medida que lo hacía descubrí entre sus puntiagudas uñas que mas bien parecían garras una afilada navaja que brillaba en la oscuridad de la noche, mi curtida piel volvió a erizarse y mis ojos esquivaron la espeluznante mirada que se escapaba por los agujeros del antifaz, y activando otro mecanismo mas de sobrevivencia le hablé y le conté entre sollozos lo que tenía que hacer para no morir de hambre, cuando estuvo lo suficientemente cerca de mí, cerré los ojos y tras un momento de silencio los volví a abrir, para mi sorpresa, él o ella se alejaba dejando tras de sí los plateados destellos de sus enormes plataformas. Con el eco de la zamba que retumbaba en el silencio de la noche, y  sin dejar de temblar asumí que yo no era el único que afianzaba su verdadera identidad en el carnaval.
María de la Luz (19 de Febrero 2018)

martes, 30 de enero de 2018

SANTILLANA DEL MAR


Me bajé apresurada del autobús, era imprescindible hacer aguas, una vez aliviada, me dispuse a conocer esa bella localidad de Cantabria.
Hermosos balcones adornados con flores, calles empedradas, ventanas y puertas de madera por doquier, edificaciones antiguas de siglos pasados, algunas casi originales y otras con el esmerado repaso de un proceso de conservación a sus espaldas daban cuenta de un sitio con mucha historia que conocer. Ensimismada en mi propia observación, muda e ignorante del pasado de aquel lugar, cada rincón de esa bonita región me hacía suponer que guardaba acontecimientos de un pasado no fácil ni alegre en contraste con el comercial y turístico presente que la ocupaba hoy.
Llamó poderosamente mi atención que numerosos turistas entre nacionales y extranjeros, gran cantidad de restaurantes y cafeterías e incluso prestigiosos hoteles y posadas y numerosas tiendas de souvenirs y artículos tradicionales hacen vida en mazmorras, cuarteles, cárceles y monasterios de hace varios siglos atrás, cuyas paredes susurran acontecimientos de otros tiempos que se quedaron pegados a ellas y que el bullicio de la vida de hoy ahoga con risas, expresiones  de admiración y el sonido de los pasos de los miles de turistas que andan sus calles en son de jolgorio y alegría.
Santillana del Mar, a unos 30 kilómetros de Santander, es un museo vivo de una villa medieval desarrollada entorno a la colegiata de Santa Juliana, aunque la mayoría de sus caseríos corresponden a las diversas aportaciones arquitectónicas de los siglos XIV al XVIII, se encuentra en la costa occidental de la comunidad autónoma de Cantabria (España), de la que es su extremo este. El conjunto histórico-artístico de Santillana no se puede visitar más que de pie.
La villa fue declarada conjunto histórico-artístico en 1889. En sus inmediaciones se encuentra la cueva de Altamira, protegida como Patrimonio de la Humanidad. Es uno de los pueblos más turísticos y más visitados de Cantabria, siendo una parada imprescindible para los turistas que visitan la región. Esto ha hecho que gran parte de los habitantes del municipio vivan de la actividad turística, especialmente de la hostelería, los alojamientos rurales y las tiendas de productos típicos.
Desde julio 2013, Santillana del Mar forma parte de la red “Los pueblos mas bonitos del España”.
Caminé yo por sus calles empedradas, callejuelas y callejones, admiré sus antiguas casas, casonas y parajes, tomé muchas fotos e hice mi propia travesía según me guiaban los sentidos.
Entré a una de tantas tiendas esparcidas por el lugar y para mi sorpresa me topé con un pedacito de mi tierra de origen dignamente representada por una elegante y espigada chica que con un autóctono acento natal intercambió conmigo unas amistosas palabras fraternales. Ya por último sentada sobre unas antiguas escalinatas esperando a que mi compañero de vida me tomara una foto para el recuerdo me dio por reflexionar. El avance de los tiempos nos permite ir al pasado. Venimos de allí de las vicisitudes, de los sufrimientos, de los logros y de las alegrías de nuestros antepasados. Me decanto por pensar que cada uno de nosotros lleva un sello, y que es imprescindible descubrirlo e indagar en él. En mi caso ese sello moldea mi existencia y bifurca para mí caminos inesperados. La escalinata en la que me senté sigue allí como testigo fiel del encuentro entre el pasado y el presente, y nosotros los de antes y los de ahora continuamos el viaje.

Les invito a visitar si así tienen la oportunidad a Santillana del Mar.

REZADOS


En esta oportunidad me voy a referir a una costumbre y práctica que aún subsiste en nuestras islas y que me tocó conocer y observar de cerca cuando tan solo era una niña, con lo cual tengo el privilegio de dejar testimonio de ella con la certeza que me otorgó el haber sido testigo de primera mano de ver a mi abuelo rezar el mal de ojo y sanar a numerosas personas que regresaban agradecidas a dar testimonio de sus efectos curativos.
Primero he de decir que sobre el tema hay mucha literatura en la cual se recrea esta costumbre canaria con excelentes explicaciones y muy bien documentadas, así que les invito a echar un vistazo y a buscar en la extensa bibliografía que está a nuestro alcance apenas echamos mano de los avanzados recursos de los que disponemos hoy en día para obtener  información de cualquier  área del saber, si quieren ampliar sobre el tema.
¿Qué eran o qué son los rezados (santiguados)?
Voy a contestar esta pregunta con el relato que a continuación les transcribo basado en un hecho real de mi familia y que me hizo ser testigo de esta costumbre.
Mi abuelo
En mi niñez solía pasar mis vacaciones escolares en casa de mis abuelos, así fue durante muchos años, debido a ello fui testigo de primera mano de un suceso que acontecía con frecuencia, del don de  curar el mal de ojo que tenía mi abuelo Sotero; por lo tanto aquel acontecimiento se convirtió con el pasar de los años en un hermoso recuerdo que de alguna manera dejó en mí una lección de vida y un aprendizaje interior. Siendo yo tan pequeña, al principio no comprendía muy bien de que trataba aquel asunto, pero poco a poco y a medida que pasaba el tiempo entendí lo que era. Me escondía yo por los rincones y vigilaba a mi abuelo para ver bien lo que hacía y  cómo lo hacía así que me quedé con los detalles de su don para curar a la gente. Solían asistir las personas a casa de mis abuelos, en algunas ocasiones con el o la enferma y en otras ocasiones con el nombre de la persona aquejada del mal escrito en un papel. Mi abuelo que para aquel entonces sería un hombre rondando los sesenta fijaba su mirada azul en el enfermo, cogía su mano y haciendo una o dos preguntas hacía un rápido diagnóstico determinando si aquel enfermo tenía o no mal de ojo. Hacía lo mismo concentrándose en el nombre que estaba escrito en el papel, cuando era el caso. Primero que todo mi abuelo era muy sincero, si aquella persona aquejada de un mal no tenía mal de ojo lo decía inmediatamente y recomendaba que acudiera a un médico, y acto seguido dejaba claro que él no podía hacer nada. Si por el contrario mi abuelo detectaba que el enfermo si tenía mal de ojo, se levantaba inmediatamente, para ese momento ya había empezado su secuencia ininterrumpida de bostezos y se alejaba hacia el patio de casa y ubicado en un rincón, sentado en una silla de espaldas y contra la pared se inclinaba, ponía sus codos sobre las rodillas y sostenía con sus manos su cabeza. Allí en aquella posición bostezando sin cesar, gesticulaba con su boca palabras inaudibles en algunas ocasiones por un largo rato y en otras por mas corto tiempo. Una vez terminado su rezo, se levantaba, iba al lavado, metía su cabeza bajo el chorro de agua que salía del grifo y se lavaba, en algunas ocasiones devolvía y hasta mareaba, esto último dependía del grado de intensidad del mal que aquejaba al enfermo. Una vez recuperado, se acercaba al paciente o familiares que esperaban en la sala de casa y les decía que ya estaba sacado el mal de ojo. Según el caso y si era necesario mi abuelo le rezaba al paciente por dos o tres días mas, pero siempre les decía que no era necesario que volvieran que ya el mal estaba cortado y que él rezaría por su cuenta.
Vi como las gentes agradecidas volvían en las semanas posteriores para llevar algún regalo a mi abuelo, que nunca cobraba absolutamente nada, y para decirle que la recuperación del enfermo había sido inmediata. Por lo tanto, llevaban a mi abuelo la mayoría de las veces, pan, queso, dulces, nunca dinero. He de decir que mi abuelo curaba a los animales cuando tenían mal de ojo, que también se daba el caso.
Supongo que se corrió la voz y la fama de mi abuelo en ese sentido creció porque fueron muchas las personas que acudieron a él, en su mayoría compatriotas canarios que al igual que él habían emigrado a Venezuela.
En alguna oportunidad siendo yo ya una adolescente, me dijo mi abuelo que me enseñaría la oración para que yo también aprendiera a curar el mal de ojo, pero esto nunca sucedió, murió mi abuelo y me quedé con las ganas de aprenderla y con varias incógnitas sobre su vida. Nació mi abuelo en Tijarafe, La Palma en una época difícil para estas islas, perdió su vista siendo un niño recuperándola nuevamente, fue a la guerra civil española en la cual perdió parte de la audición, emigró a Venezuela y a pesar de todos estos acontecimientos de su vida tenía la fortaleza suficiente para dedicarse a ayudar a los demás. Me hubiese encantado saber, quién le enseñó a él a rezar el mal de ojo, cómo descubrió esa habilidad de curar a la gente, qué sentía cuando lo hacía y por qué creyó que yo podría hacerlo también. Cuanto te extraño abuelo.
Concluyo diciendo que constituye todo un legado el magisterio de nuestras estimadas y queridas santiguadoras y rezanderos, verdaderos guardianes de creencias ancestrales.

Decía Benito Pérez Galdós, para escribir bien y para el pueblo, hay que acordarse primero de las dos mamá: la mamá y la tierra de los recuerdos infantiles…”                            
Eso intento.


domingo, 28 de enero de 2018

REZADOS (SANTIGUADOS)

En esta oportunidad me voy a referir a una costumbre y práctica que aún subsiste en nuestras islas y que me tocó conocer y observar de cerca cuando tan solo era una niña, con lo cual tengo el privilegio de dejar testimonio de ella con la certeza que me otorgó el haber sido testigo de primera mano de ver a mi abuelo rezar el mal de ojo y sanar a numerosas personas que regresaban agradecidas a dar testimonio de sus efectos curativos.
Primero he de decir que sobre el tema hay mucha literatura en la cual se recrea esta costumbre canaria con excelentes explicaciones y muy bien documentadas, así que les invito a echar un vistazo y a buscar en la extensa bibliografía que está a nuestro alcance apenas echamos mano de los avanzados recursos de los que disponemos hoy en día para obtener  información de cualquier  área del saber, si quieren ampliar sobre el tema.
¿Qué eran o qué son los rezados (santiguados)?
Ni la Inquisición ni las numerosas barreras impuestas a los naturales de las islas, pudieron borrar muchas prácticas curativas, cuyas raíces son una mezcla de creencias nativas y sincretismo católico.
La medicina de los curanderos y santiguadoras en Canarias estaba relacionada con los recursos y medios que encontraban a su alrededor y con esa mirada a reojo a través de signos y rezos.
La necesidad para curar sus enfermedades, sincretizándola para evitar a las autoridades religiosas,  junto a la poca confianza que les daban los conquistadores y sobre todo ante la aparición de nuevas epidemias y plagas, que año tras año dejaban los visitantes y transeúntes, dan como resultado la aparición de estas prácticas tal y como las conocemos hoy en día.
Son las mujeres las que más protagonismo tiene en paliar los padecimientos de una población que no termina de asimilar las nuevas creencias impuestas, pero utilizan los elementos del catolicismo para evitar la inquisición, de ahí nace la santiguadora, aquella que cura con el poder de la palabra a diferencia de los curanderos, desempeñado este magisterio normalmente por hombres, que utilizan más, los conocimientos de plantas para tratar a sus pacientes.
No debemos olvidar la importancia de la mujer en la transmisión de la cultura popular. La mujer era una especialista del cuerpo humano, al que alimentaba y curaba. Esto suponía observar y conocer las funciones del organismo, las propiedades de las plantas, el fenómeno de su cocción. De su experiencia obtenía una cierta influencia social, un cierto reconocimiento. Por eso la persecución de las brujas, casi siempre mujeres, tiene mucho que ver con el intento de destruir la cultura popular, que mantenía vivos elementos paganos.
Las santiguadoras tienen un poder especial para curar, y los vecinos de nuestros pueblos acuden a ellas impulsados por ese sentido que hace caminar guiados por el corazón, cuando los cuerpos se ven atacados por el mal de ojo, susto, sol en la cabeza y otras dolencias y males o simplemente cuando no encuentran solución en la medicina científica.
La enfermedad que tratan las santiguadoras se considera en este ambiente mágico, no sólo como un dolor físico de nuestro cuerpo, sino también de nuestra mente, de ahí los rezos y oraciones que estas realizan a los pacientes.
Los santiguados son los hilos conductores que le transmiten el grado de enfermedad de sus pacientes. Las creencias religiosas, tanto de la santiguadora como del paciente, juegan un papel importante en el proceso.
Nuestros campesinos canarios  además de creer firmemente en brujas, espíritus y presagios, les tienen un miedo especial a los efectos del mal de ojo en plantas, animales etc., y en especial aquel que recae en nuestros niños. Sin embargo, no juzgan siempre este hechizo como un acto de maldad, sino que también creen que un exceso de cariño o admiración de las personas que lo producen, puede provocar el mismo efecto perjudicial, que suele consistir en que se seca o muere todo aquello en lo que recae tal energía.
Las prácticas de las santiguadoras siguen vigentes en nuestros campos, incluso en la ciudad, donde se recurre a ellas para sanar a nuestros hijos del temido “mal de ojo” ya sea de manera física, llevando al infante o a distancia, para lo que se facilita tan solo el nombre del afectado.
Entre la muchas variedades de rezados que existen en toda Canarias para las distintas afecciones, hay algunos que podríamos denominar de uso mas común y son la base de las curaciones que realizan las santiguadoras.
Constituye todo un legado el magisterio de nuestras estimadas y queridas santiguadoras, verdaderas guardianas de creencias ancestrales y que reciben, por lo general como pago, los alimentos que nuestras gentes cultivan en sus campos.

Fuente consultada:
A continuación les dejo una historia basada en un hecho real de mi familia y que me hizo ser testigo de esta costumbre.


Mi abuelo
En mi niñez solía pasar mis vacaciones escolares en casa de mis abuelos, así fue durante muchos años, debido a ello fui testigo de primera mano de un suceso que acontecía con frecuencia, del don de  curar el mal de ojo que tenía mi abuelo Sotero; por lo tanto aquel acontecimiento se convirtió con el pasar de los años en un hermoso recuerdo que de alguna manera dejó en mí una lección de vida y un aprendizaje interior. Siendo yo tan pequeña, al principio no comprendía muy bien de que trataba aquel asunto, pero poco a poco y a medida que pasaba el tiempo entendí lo que era. Me escondía yo por los rincones y vigilaba a mi abuelo para ver bien lo que hacía y  cómo lo hacía así que me quedé con los detalles de su don para curar a la gente. Solían asistir las personas a casa de mis abuelos, en algunas ocasiones con el o la enferma y en otras ocasiones con el nombre de la persona aquejada del mal escrito en un papel. Mi abuelo que para aquel entonces sería un hombre rondando los sesenta fijaba su mirada azul en el enfermo, cogía su mano y haciendo una o dos preguntas hacía un rápido diagnóstico determinando si aquel enfermo tenía o no mal de ojo. Hacía lo mismo concentrándose en el nombre que estaba escrito en el papel, cuando era el caso. Primero que todo mi abuelo era muy sincero, si aquella persona aquejada de un mal no tenía mal de ojo lo decía inmediatamente y recomendaba que acudiera a un médico, y acto seguido dejaba claro que él no podía hacer nada. Si por el contrario mi abuelo detectaba que el enfermo si tenía mal de ojo, se levantaba inmediatamente, para ese momento ya había empezado su secuencia ininterrumpida de bostezos y se alejaba hacia el patio de casa y ubicado en un rincón, sentado en una silla de espaldas y contra la pared se inclinaba, ponía sus codos sobre las rodillas y sostenía con sus manos su cabeza. Allí en aquella posición bostezando sin cesar, gesticulaba con su boca palabras inaudibles en algunas ocasiones por un largo rato y en otras por mas corto tiempo. Una vez terminado su rezo, se levantaba, iba al lavado, metía su cabeza bajo el chorro de agua que salía del grifo y se lavaba, en algunas ocasiones devolvía y hasta mareaba, esto último dependía del grado de intensidad del mal que aquejaba al enfermo. Una vez recuperado, se acercaba al paciente o familiares que esperaban en la sala de casa y decía ya está sacado el mal de ojo. Según el caso y si era necesario mi abuelo le rezaba al paciente por dos o tres días mas, pero siempre les decía que no era necesario que volvieran que ya el mal estaba cortado y que él rezaría por su cuenta.
Vi como las gentes agradecidas volvían en las semanas posteriores para llevar algún regalo a mi abuelo, que nunca cobraba absolutamente nada, y para decirle que la recuperación del enfermo había sido inmediata. Por lo tanto, llevaban a mi abuelo la mayoría de las veces, pan, queso, dulces, nunca dinero. He de decir que mi abuelo curaba a los animales cuando tenían mal de ojo, que también se daba el caso.
Supongo que se corría la voz y la fama de mi abuelo en ese sentido creció porque fueron muchas las personas que acudieron a él, en su mayoría compatriotas canarios que al igual que él habían emigrado a Venezuela.
En alguna oportunidad siendo yo ya una adolescente, me dijo mi abuelo que me enseñaría la oración para que yo también aprendiera a curar el mal de ojo, pero esto nunca sucedió, murió mi abuelo y me quedé con las ganas de aprenderla y con varias incógnitas sobre su vida. Nació mi abuelo en Tijarafe, La Palma en una época difícil para estas islas, perdió su vista siendo un niño recuperándola nuevamente, fue a la guerra civil española en la cual perdió parte de la audición, emigró a Venezuela y a pesar de todos estos acontecimientos tenía la fortaleza suficiente para dedicarse a ayudar a los demás. Me hubiese encantado saber, quién le enseñó a él a rezar el mal de ojo, cómo descubrió esa habilidad de curar a la gente, qué sentía cuando lo hacía y por qué creyó que yo podría hacerlo también.
Te extraño abuelo.
Decía Benito Pérez Galdós, para escribir bien y para el pueblo, hay que acordarse primero de las dos mamá: la mamá y la tierra de los recuerdos infantiles…”
Eso intento.







sábado, 13 de enero de 2018

EMIGRACION

Han sido muchas las historias que la emigración generó en los habitantes de canarias, por eso quiero hoy recordar esta realidad que vivieron nuestros antepasados.
Específicamente me voy a referir a la emigración reciente.
Con la Guerra Civil Española un grave período de crisis y autarquía se abrió sobre las islas, del que no se saldría hasta los años sesenta. Desde el año 1948, ante las serias dificultades que impuso la España franquista a la migración con trámites penosos y costosísimos, nació la llamada época de los barcos fantasmas. En ella la flota pesquera canaria se destinó al traslado de inmigrantes clandestinos  en barcos de vela, entre ese año y 1952 se calcula que la efectuarían unos 8.000. Fue sin duda uno de los episodios más dramáticos y épicos del afán de los canarios por llegar a la Nueva Tierra Prometida, en las que navíos con una disponibilidad máxima de 50 personas llegaron a transportar 286.
Hasta la década de 1940, la mayor parte de la emigración era clandestina, y esta situación la provocaba la legislación vigente para el momento, las dificultades administrativas y económicas para conseguir los visados, la represión política y la evasión del servicio militar.
En los lugares que llegaban los canarios dejaban huella. En los registros matrimoniales de las catedrales de La Habana y Caracas, constan, como segundo aporte demográfico, personas de origen canario. Historiadores Venezolanos afirman que toda la población blanca del interior del país tiene sus raíces en las Islas Canarias.
La última etapa dorada de esta migración serán los años 70. Las mujeres pasan a ser el 60% de los emigrantes.
Las estadísticas señalan que en el año 1954 llegaron a Venezuela 74.000 emigrantes oficialmente, pero esa cifra era rebasada por los canarios que no iban contratados, sino como transeúntes, turistas o como simples visitantes y se quedaban en el país junto a padres y familiares, nacionalizándose para tener derecho al establecimiento comercial e industrial. Se cifró en aquellos años en más de 150.000 los canarios dispersos en todo el país hermano. 
Mucho podría hablar acerca de este tema, pero hay estudios completos de expertos, historiadores, tesis universitarias, blogs muy bien documentados, libros y una infinidad de literatura referente a la emigración al alcance de todos, gracias al maravilloso desarrollo de la tecnología y medios de comunicación, por eso, los invito a que si así lo desean, echen un vistazo a su alrededor que seguramente encontrarán muchas páginas que leer. De hecho al final de este artículo les dejo algunas referencias bibliográficas.
Es mi intención dejar plasmado mi sentir acerca de este hecho tan importante  en la sociedad Canaria en la década de los años 40, 50, 60 y 70. Aquella emigración ha extendido, según mi criterio, su influencia a los tiempos actuales. Hoy por hoy hay toda una generación de descendientes de canarios que como yo ha sido marcada por dicha influencia.
A continuación comparto con ustedes una historia familiar, para que puedan entender un poquito lo que quiero decir.

EL BAÚL

Doña Luz era muy elegante, esbelta, de finos modales e impecable en el vestir y en el baúl de tea que tenía en su habitación guardaba todo lo que le quedaba en la vida.  Para la imaginación de Blanca Nieves María, su nieta,  eran valiosos objetos y tesoros de valor incalculable, lo que la noble anciana guardaba allí con mucho recelo.

Apenas oía el ruido que hacía la madera al abrirse el cajón, la niña echaba a correr, no importaba en qué lugar se encontrara dentro de casa ni lo que estaba haciendo, atravesaba el salón y enseguida llegaba a la puerta de la habitación de su abuela, donde detenía de golpe su carrera y entonces entraba muy despacio, caminando, sin dar señales de haber corrido desaforadamente unos instantes antes.

Doña Luz de frente al baúl abierto sostenía entre sus brazos un hermoso vestido blanco, era lo primero que sacaba. Mantas y sábanas yacían esparcidas sobre la cama. Tal era el panorama que siempre se encontraba la niña al entrar en la habitación.

-Quizás en el fondo del baúl, envuelto en pañuelos de seda color rosa, estaba un hermoso cofre de oro con rubíes y esmeraldas incrustadas en sus paredes, que además era una linda caja de  música, que tocaba una melodía encantadora y extraña jamás oída por estos lugares-. Tales eran los pensamientos de la niña, que empinada sobre las puntas de sus pies y ligeramente inclinada hacia adelante, asomaba su cabeza dentro del gran baúl, mientras sus alargados ojos buscaban los ansiados tesoros. Pero Doña Luz siempre cerraba el baúl antes de que Blanca Nieves pudiera lograr ver lo que tanto deseaba, y la preciada búsqueda quedaba finalizada hasta una próxima oportunidad.

Transcurrido el tiempo, Doña Luz enfermó, luego de la muerte de su abuela y después de un año de estadía en casa de la tía Eletra, Blanca Nieves cruzó el mar y sus hermosos y nostálgicos recuerdos se convirtieron en sus más preciados tesoros.



Esta pequeña historia que les acabo de relatar está basada en un hecho real. La pequeña Blanca Nieves María es mi madre, y Doña Luz era mi bisabuela. Nació y creció mi madre en Mazo, La Palma y como muchos canarios emigró a Venezuela en el año 1953 siendo aún una pequeñaja de 13 años de edad. Casó mi madre con un venezolano, tuvo cuatro hijos venezolanos e hizo vida lejos de su isla a la que no pudo volver sino cincuenta y seis años después.
Mis abuelos, Blas Sotero Castro Castro y Concha Felipe San Juan se vieron en la necesidad de emigrar y dejar a su única hija al cuidado de su abuela materna. Cuenta mi madre que en el viaje hacia Venezuela, viaje que no quería hacer, consumió por vez primera en su vida una bebida gaseosa y que cuando llegó al puerto de La Guaira vio por primera vez también, personas negras. Igualmente cuenta mi madre que deseando regresar a su isla no quería bajarse del barco y no paraba de llorar.
Mucho leemos acerca de la emigración, pero palpar en la mirada y en el tono de las palabras de sus protagonistas lo que significó aquel acontecimiento en sus vidas y como la influencia de ese acontecimiento asombrosamente se desparramó en las generaciones siguientes es lo que me ocupa en este artículo.
“Pues en esta isla los hombres siempre fuimos mar, irse era condición de flujo y reflujo, apremio de la marea de la vida”. (1)
La marea de la vida me convirtió a mí en una emigrante también y me trajo a estas ISLAS AFORTUNADAS, al igual que mi madre y mis abuelos lo hicieron en su momento, pero a la inversa. Yo también en algún punto de ese acontecimiento de mi vida experimenté lo mismo que ellos experimentaron y quizás por eso los recuerdos de mis antepasados se convirtieron hoy en mis propios recuerdos. Por mi afán de dar a conocer mis letras relato vivencias que no conocí y siento que de alguna manera esas vivencias me han marcado un destino que nunca imaginé. Mi niñez fue regada por historias de emigrantes canarios y en algún lugar de la vida tomé la decisión de rebuscar en esas historias, para dejar testimonio escrito  de los acontecimientos que generó ese hecho en la vida de aquellos seres humanos. Lo que no podía intuir era que aquellas historias se volverían presente, y que las partidas y las llegadas se repetirían una y otra vez.
Decía Benito Pérez Galdós, para escribir bien y para el pueblo, hay que acordarse primero, de las dos mamá: la mamá y la tierra de los recuerdos infantiles…”
Eso intento.
Y como sobre este tema hay mucha tela que cortar me despido hasta una próxima entrega, dejándoles otro relato basado en un hecho real de mi familia.

EL VIAJE
Conformada por camisones de punto, enaguas de algodón, zapatos nuevos, vestidos de lino, calcetines de seda, ropa interior y pañuelos bordados, mi padrino haciendo gala de su generosidad y de la nobleza de corazón que le caracterizó siempre, no escatimó en esfuerzos económicos para completar mi dote para el largo viaje. Era yo una niña de trece años en vísperas de convertirme a una tierra extranjera, y pese a que me esperaban mis padres al otro lado del océano, me embargaba una gran tristeza por tener que dejar todo lo
 que hasta ese momento había conformado mi mundo. Aunque una aventura donde experimentaría lo que no había visto nunca me esperaba, y todos los regalos recibidos de mi padrino Adolfo me halagaban y me hacían sentir como una reina, una gran incertidumbre invadía todo mi ser, y me hacía presentir que mi isla en la que había sido tan feliz, quedaría atrás para siempre. Dentro de aquel corpulento barco, custodiada por Doña Ángela y Don Félix, navegando ya sobre el inmenso océano Atlántico, comencé a transformarme en una extraña, dentro de mí brotaba un misterioso y desconocido sentimiento que me hacía sentir ajena y forastera ante aquello que me esperaba, arrancada de donde pertenecía temía estar confinada a ese sentir para siempre.