Han
sido muchas las historias que la emigración generó en los habitantes de
canarias, por eso quiero hoy recordar esta realidad que vivieron nuestros
antepasados.
Específicamente
me voy a referir a la emigración reciente.
Con la Guerra Civil Española
un grave período de crisis y autarquía se abrió sobre las islas, del que no se
saldría hasta los años sesenta. Desde el año 1948, ante las serias dificultades
que impuso la España franquista a la migración con trámites penosos y
costosísimos, nació la llamada época de los barcos fantasmas. En ella la flota
pesquera canaria se destinó al traslado de inmigrantes clandestinos en barcos
de vela, entre ese año y 1952 se calcula que la efectuarían unos 8.000. Fue sin
duda uno de los episodios más dramáticos y épicos del afán de los canarios por
llegar a la Nueva Tierra Prometida, en las que navíos con una disponibilidad
máxima de 50 personas llegaron a transportar 286.
Hasta
la década de 1940, la mayor parte de la emigración era clandestina, y esta
situación la provocaba la legislación vigente para el momento, las dificultades
administrativas y económicas para conseguir los visados, la represión política
y la evasión del servicio militar.
En
los lugares que llegaban los canarios dejaban huella. En los registros
matrimoniales de las catedrales de La Habana y Caracas, constan, como segundo
aporte demográfico, personas de origen canario. Historiadores Venezolanos
afirman que toda la población blanca del interior del país tiene sus raíces en
las Islas Canarias.
La última etapa dorada de
esta migración serán los años 70. Las mujeres pasan a ser el 60% de los
emigrantes.
Las estadísticas señalan que en el año 1954
llegaron a Venezuela 74.000 emigrantes oficialmente, pero esa cifra era
rebasada por los canarios que no iban contratados, sino como transeúntes,
turistas o como simples visitantes y se quedaban en el país junto a padres y
familiares, nacionalizándose para tener derecho al establecimiento comercial e
industrial. Se cifró en aquellos años en más de 150.000 los canarios dispersos
en todo el país hermano.
Mucho podría hablar acerca de este tema, pero
hay estudios completos de expertos, historiadores, tesis universitarias, blogs
muy bien documentados, libros y una infinidad de literatura referente a la
emigración al alcance de todos, gracias al maravilloso desarrollo de la tecnología
y medios de comunicación, por eso, los invito a que si así lo desean, echen un
vistazo a su alrededor que seguramente encontrarán muchas páginas que leer. De hecho
al final de este artículo les dejo algunas referencias bibliográficas.
Es mi intención dejar plasmado mi sentir acerca
de este hecho tan importante en la
sociedad Canaria en la década de los años 40, 50, 60 y 70. Aquella emigración ha
extendido, según mi criterio, su influencia a los tiempos actuales. Hoy por hoy
hay toda una generación de descendientes de canarios que como yo ha sido marcada
por dicha influencia.
A continuación comparto con ustedes una
historia familiar, para que puedan entender un poquito lo que quiero decir.
EL BAÚL
Doña Luz era muy elegante, esbelta, de finos modales e impecable en el vestir y en el baúl de tea que tenía en su habitación guardaba todo lo que le quedaba en la vida. Para la imaginación de Blanca Nieves María, su nieta, eran valiosos objetos y tesoros de valor incalculable, lo que la noble anciana guardaba allí con mucho recelo.
Apenas oía el ruido que hacía la madera al abrirse el cajón, la niña echaba a correr, no importaba en qué lugar se encontrara dentro de casa ni lo que estaba haciendo, atravesaba el salón y enseguida llegaba a la puerta de la habitación de su abuela, donde detenía de golpe su carrera y entonces entraba muy despacio, caminando, sin dar señales de haber corrido desaforadamente unos instantes antes.
Doña Luz de frente al baúl abierto sostenía entre sus brazos un hermoso vestido blanco, era lo primero que sacaba. Mantas y sábanas yacían esparcidas sobre la cama. Tal era el panorama que siempre se encontraba la niña al entrar en la habitación.
-Quizás en el fondo del baúl, envuelto en pañuelos de seda color rosa, estaba un hermoso cofre de oro con rubíes y esmeraldas incrustadas en sus paredes, que además era una linda caja de música, que tocaba una melodía encantadora y extraña jamás oída por estos lugares-. Tales eran los pensamientos de la niña, que empinada sobre las puntas de sus pies y ligeramente inclinada hacia adelante, asomaba su cabeza dentro del gran baúl, mientras sus alargados ojos buscaban los ansiados tesoros. Pero Doña Luz siempre cerraba el baúl antes de que Blanca Nieves pudiera lograr ver lo que tanto deseaba, y la preciada búsqueda quedaba finalizada hasta una próxima oportunidad.
Transcurrido el tiempo, Doña Luz enfermó, luego de la muerte de su abuela y después de un año de estadía en casa de la tía Eletra, Blanca Nieves cruzó el mar y sus hermosos y nostálgicos recuerdos se convirtieron en sus más preciados tesoros.
Doña Luz era muy elegante, esbelta, de finos modales e impecable en el vestir y en el baúl de tea que tenía en su habitación guardaba todo lo que le quedaba en la vida. Para la imaginación de Blanca Nieves María, su nieta, eran valiosos objetos y tesoros de valor incalculable, lo que la noble anciana guardaba allí con mucho recelo.
Apenas oía el ruido que hacía la madera al abrirse el cajón, la niña echaba a correr, no importaba en qué lugar se encontrara dentro de casa ni lo que estaba haciendo, atravesaba el salón y enseguida llegaba a la puerta de la habitación de su abuela, donde detenía de golpe su carrera y entonces entraba muy despacio, caminando, sin dar señales de haber corrido desaforadamente unos instantes antes.
Doña Luz de frente al baúl abierto sostenía entre sus brazos un hermoso vestido blanco, era lo primero que sacaba. Mantas y sábanas yacían esparcidas sobre la cama. Tal era el panorama que siempre se encontraba la niña al entrar en la habitación.
-Quizás en el fondo del baúl, envuelto en pañuelos de seda color rosa, estaba un hermoso cofre de oro con rubíes y esmeraldas incrustadas en sus paredes, que además era una linda caja de música, que tocaba una melodía encantadora y extraña jamás oída por estos lugares-. Tales eran los pensamientos de la niña, que empinada sobre las puntas de sus pies y ligeramente inclinada hacia adelante, asomaba su cabeza dentro del gran baúl, mientras sus alargados ojos buscaban los ansiados tesoros. Pero Doña Luz siempre cerraba el baúl antes de que Blanca Nieves pudiera lograr ver lo que tanto deseaba, y la preciada búsqueda quedaba finalizada hasta una próxima oportunidad.
Transcurrido el tiempo, Doña Luz enfermó, luego de la muerte de su abuela y después de un año de estadía en casa de la tía Eletra, Blanca Nieves cruzó el mar y sus hermosos y nostálgicos recuerdos se convirtieron en sus más preciados tesoros.
Esta pequeña historia que les acabo de relatar está basada en un hecho real. La pequeña Blanca Nieves María es mi madre, y Doña Luz era mi bisabuela. Nació y creció mi madre en Mazo, La Palma y como muchos canarios emigró a Venezuela en el año 1953 siendo aún una pequeñaja de 13 años de edad. Casó mi madre con un venezolano, tuvo cuatro hijos venezolanos e hizo vida lejos de su isla a la que no pudo volver sino cincuenta y seis años después.
Mis
abuelos, Blas Sotero Castro Castro y Concha Felipe San Juan se vieron en la
necesidad de emigrar y dejar a su única hija al cuidado de su abuela materna. Cuenta
mi madre que en el viaje hacia Venezuela, viaje que no quería hacer, consumió
por vez primera en su vida una bebida gaseosa y que cuando llegó al puerto de
La Guaira vio por primera vez también, personas negras. Igualmente cuenta mi
madre que deseando regresar a su isla no quería bajarse del barco y no paraba
de llorar.
Mucho
leemos acerca de la emigración, pero palpar en la mirada y en el tono de las
palabras de sus protagonistas lo que significó aquel acontecimiento en sus
vidas y como la influencia de ese acontecimiento asombrosamente se desparramó
en las generaciones siguientes es lo que me ocupa en este artículo.
“Pues en esta isla los hombres siempre
fuimos mar, irse era condición de flujo y reflujo, apremio de la marea de la
vida”. (1)
La
marea de la vida me convirtió a mí en una emigrante también y me trajo a estas
ISLAS AFORTUNADAS, al igual que mi madre y mis abuelos lo hicieron en su
momento, pero a la inversa. Yo también en algún punto de ese acontecimiento de
mi vida experimenté lo mismo que ellos experimentaron y quizás por eso los
recuerdos de mis antepasados se convirtieron hoy en mis propios recuerdos. Por
mi afán de dar a conocer mis letras relato vivencias que no conocí y siento que
de alguna manera esas vivencias me han marcado un destino que nunca imaginé. Mi
niñez fue regada por historias de emigrantes canarios y en algún lugar de la
vida tomé la decisión de rebuscar en esas historias, para dejar testimonio
escrito de los acontecimientos que
generó ese hecho en la vida de aquellos seres humanos. Lo que no podía intuir
era que aquellas historias se volverían presente, y que las partidas y las
llegadas se repetirían una y otra vez.
Decía Benito Pérez Galdós, para escribir bien y para el pueblo, hay que
acordarse primero, de las dos mamá: la mamá y la tierra de los recuerdos
infantiles…”
Eso intento.
Y como sobre
este tema hay mucha tela que cortar me despido hasta una próxima entrega,
dejándoles otro relato basado en un hecho real de mi familia.
EL VIAJE
Conformada por camisones
de punto, enaguas de algodón, zapatos nuevos, vestidos de lino, calcetines de
seda, ropa interior y pañuelos bordados, mi padrino haciendo gala de su
generosidad y de la nobleza de corazón que le caracterizó siempre, no escatimó
en esfuerzos económicos para completar mi dote para el largo viaje. Era yo una
niña de trece años en vísperas de convertirme a una tierra extranjera, y pese a
que me esperaban mis padres al otro lado del océano, me embargaba una gran
tristeza por tener que dejar todo lo
que hasta ese momento había conformado mi
mundo. Aunque una aventura donde experimentaría lo que no había visto nunca me
esperaba, y todos los regalos recibidos de mi padrino Adolfo me halagaban y me
hacían sentir como una reina, una gran incertidumbre invadía todo mi ser, y me
hacía presentir que mi isla en la que había sido tan feliz, quedaría atrás para
siempre. Dentro de aquel corpulento barco, custodiada por Doña Ángela y Don
Félix, navegando ya sobre el inmenso océano Atlántico, comencé a transformarme
en una extraña, dentro de mí brotaba un misterioso y desconocido sentimiento
que me hacía sentir ajena y forastera ante aquello que me esperaba, arrancada
de donde pertenecía temía estar confinada a ese sentir para siempre.
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