En esta oportunidad me voy a
referir a una costumbre y práctica que aún subsiste en nuestras islas y que me
tocó conocer y observar de cerca cuando tan solo era una niña, con lo cual tengo
el privilegio de dejar testimonio de ella con la certeza que me otorgó el haber
sido testigo de primera mano de ver a mi abuelo rezar el mal de ojo y sanar a
numerosas personas que regresaban agradecidas a dar testimonio de sus efectos
curativos.
Primero he de decir que
sobre el tema hay mucha literatura en la cual se recrea esta costumbre canaria con
excelentes explicaciones y muy bien documentadas, así que les invito a echar un
vistazo y a buscar en la extensa bibliografía que está a nuestro alcance apenas
echamos mano de los avanzados recursos de los que disponemos hoy en día para
obtener información de cualquier área del saber, si quieren ampliar sobre el
tema.
¿Qué eran o qué son los
rezados (santiguados)?
Ni
la Inquisición ni las numerosas barreras impuestas a los naturales de las islas,
pudieron borrar muchas prácticas curativas, cuyas raíces son una mezcla de
creencias nativas y sincretismo católico.
La
medicina de los curanderos y santiguadoras en Canarias estaba relacionada con
los recursos y medios que encontraban a su alrededor y con esa mirada a reojo a
través de signos y rezos.
La
necesidad para curar sus enfermedades, sincretizándola para evitar a las
autoridades religiosas, junto a la poca confianza que les daban los
conquistadores y sobre todo ante la aparición de nuevas epidemias y plagas, que
año tras año dejaban los visitantes y transeúntes, dan como resultado la
aparición de estas prácticas tal y como las conocemos hoy en día.
Son
las mujeres las que más protagonismo tiene en paliar los padecimientos de una
población que no termina de asimilar las nuevas creencias impuestas, pero
utilizan los elementos del catolicismo para evitar la inquisición, de ahí nace
la santiguadora, aquella que cura con el poder de la palabra a diferencia de
los curanderos, desempeñado este magisterio normalmente por hombres, que
utilizan más, los conocimientos de plantas para tratar a sus pacientes.
No
debemos olvidar la importancia de la mujer en la transmisión de la cultura
popular. La mujer era una especialista del cuerpo humano, al que alimentaba y
curaba. Esto suponía observar y conocer las funciones del organismo, las
propiedades de las plantas, el fenómeno de su cocción. De su experiencia
obtenía una cierta influencia social, un cierto reconocimiento. Por eso la
persecución de las brujas, casi siempre mujeres, tiene mucho que ver con el
intento de destruir la cultura popular, que mantenía vivos elementos paganos.
Las
santiguadoras tienen un poder especial para curar, y los vecinos de nuestros
pueblos acuden a ellas impulsados por ese sentido que hace caminar guiados por
el corazón, cuando los cuerpos se ven atacados por el mal de ojo, susto, sol en
la cabeza y otras dolencias y males o simplemente cuando no encuentran solución
en la medicina científica.
La
enfermedad que tratan las santiguadoras se considera en este ambiente mágico,
no sólo como un dolor físico de nuestro cuerpo, sino también de nuestra mente,
de ahí los rezos y oraciones que estas realizan a los pacientes.
Los
santiguados son los hilos conductores que le transmiten el grado de enfermedad
de sus pacientes. Las creencias religiosas, tanto de la santiguadora como del
paciente, juegan un papel importante en el proceso.
Nuestros
campesinos canarios además de creer firmemente en brujas, espíritus y
presagios, les tienen un miedo especial a los efectos del mal de ojo en
plantas, animales etc., y en especial aquel que recae en nuestros niños. Sin
embargo, no juzgan siempre este hechizo como un acto de maldad, sino que
también creen que un exceso de cariño o admiración de las personas que lo
producen, puede provocar el mismo efecto perjudicial, que suele consistir en
que se seca o muere todo aquello en lo que recae tal energía.
Las
prácticas de las santiguadoras siguen vigentes en nuestros campos, incluso en
la ciudad, donde se recurre a ellas para sanar a nuestros hijos del temido “mal
de ojo” ya sea de manera física, llevando al infante o a distancia, para lo que
se facilita tan solo el nombre del afectado.
Entre
la muchas variedades de rezados que existen en toda Canarias para las distintas
afecciones, hay algunos que podríamos denominar de uso mas común y son la base
de las curaciones que realizan las santiguadoras.
Constituye
todo un legado el magisterio de nuestras estimadas y queridas santiguadoras,
verdaderas guardianas de creencias ancestrales y que reciben, por lo general
como pago, los alimentos que nuestras gentes cultivan en sus campos.
Fuente
consultada:
A
continuación les dejo una historia basada en un hecho real de mi familia y que
me hizo ser testigo de esta costumbre.
Mi
abuelo
En
mi niñez solía pasar mis vacaciones escolares en casa de mis abuelos, así fue
durante muchos años, debido a ello fui testigo de primera mano de un suceso que
acontecía con frecuencia, del don de
curar el mal de ojo que tenía mi abuelo Sotero; por lo tanto aquel
acontecimiento se convirtió con el pasar de los años en un hermoso recuerdo que
de alguna manera dejó en mí una lección de vida y un aprendizaje interior. Siendo
yo tan pequeña, al principio no comprendía muy bien de que trataba aquel
asunto, pero poco a poco y a medida que pasaba el tiempo entendí lo que era. Me
escondía yo por los rincones y vigilaba a mi abuelo para ver bien lo que hacía
y cómo lo hacía así que me quedé con los
detalles de su don para curar a la gente. Solían asistir las personas a casa de
mis abuelos, en algunas ocasiones con el o la enferma y en otras ocasiones con
el nombre de la persona aquejada del mal escrito en un papel. Mi abuelo que
para aquel entonces sería un hombre rondando los sesenta fijaba su mirada azul
en el enfermo, cogía su mano y haciendo una o dos preguntas hacía un rápido
diagnóstico determinando si aquel enfermo tenía o no mal de ojo. Hacía lo mismo
concentrándose en el nombre que estaba escrito en el papel, cuando era el caso.
Primero que todo mi abuelo era muy sincero, si aquella persona aquejada de un
mal no tenía mal de ojo lo decía inmediatamente y recomendaba que acudiera a un
médico, y acto seguido dejaba claro que él no podía hacer nada. Si por el
contrario mi abuelo detectaba que el enfermo si tenía mal de ojo, se levantaba
inmediatamente, para ese momento ya había empezado su secuencia ininterrumpida
de bostezos y se alejaba hacia el patio de casa y ubicado en un rincón, sentado
en una silla de espaldas y contra la pared se inclinaba, ponía sus codos sobre
las rodillas y sostenía con sus manos su cabeza. Allí en aquella posición
bostezando sin cesar, gesticulaba con su boca palabras inaudibles en algunas
ocasiones por un largo rato y en otras por mas corto tiempo. Una vez terminado
su rezo, se levantaba, iba al lavado, metía su cabeza bajo el chorro de agua
que salía del grifo y se lavaba, en algunas ocasiones devolvía y hasta mareaba,
esto último dependía del grado de intensidad del mal que aquejaba al enfermo.
Una vez recuperado, se acercaba al paciente o familiares que esperaban en la
sala de casa y decía ya está sacado el mal de ojo. Según el caso y si era
necesario mi abuelo le rezaba al paciente por dos o tres días mas, pero siempre
les decía que no era necesario que volvieran que ya el mal estaba cortado y que
él rezaría por su cuenta.
Vi
como las gentes agradecidas volvían en las semanas posteriores para llevar
algún regalo a mi abuelo, que nunca cobraba absolutamente nada, y para decirle
que la recuperación del enfermo había sido inmediata. Por lo tanto, llevaban a
mi abuelo la mayoría de las veces, pan, queso, dulces, nunca dinero. He de
decir que mi abuelo curaba a los animales cuando tenían mal de ojo, que también
se daba el caso.
Supongo
que se corría la voz y la fama de mi abuelo en ese sentido creció porque fueron
muchas las personas que acudieron a él, en su mayoría compatriotas canarios que
al igual que él habían emigrado a Venezuela.
En
alguna oportunidad siendo yo ya una adolescente, me dijo mi abuelo que me
enseñaría la oración para que yo también aprendiera a curar el mal de ojo, pero
esto nunca sucedió, murió mi abuelo y me quedé con las ganas de aprenderla y
con varias incógnitas sobre su vida. Nació mi abuelo en Tijarafe, La Palma en
una época difícil para estas islas, perdió su vista siendo un niño
recuperándola nuevamente, fue a la guerra civil española en la cual perdió
parte de la audición, emigró a Venezuela y a pesar de todos estos
acontecimientos tenía la fortaleza suficiente para dedicarse a ayudar a los
demás. Me hubiese encantado saber, quién le enseñó a él a rezar el mal de ojo,
cómo descubrió esa habilidad de curar a la gente, qué sentía cuando lo hacía y
por qué creyó que yo podría hacerlo también.
Te
extraño abuelo.
Decía Benito Pérez Galdós, para escribir bien y para el pueblo, hay que
acordarse primero de las dos mamá: la mamá y la tierra de los recuerdos
infantiles…”
Eso
intento.
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Gracias por volar en el cielo de mis palabras!!!