domingo, 28 de enero de 2018

REZADOS (SANTIGUADOS)

En esta oportunidad me voy a referir a una costumbre y práctica que aún subsiste en nuestras islas y que me tocó conocer y observar de cerca cuando tan solo era una niña, con lo cual tengo el privilegio de dejar testimonio de ella con la certeza que me otorgó el haber sido testigo de primera mano de ver a mi abuelo rezar el mal de ojo y sanar a numerosas personas que regresaban agradecidas a dar testimonio de sus efectos curativos.
Primero he de decir que sobre el tema hay mucha literatura en la cual se recrea esta costumbre canaria con excelentes explicaciones y muy bien documentadas, así que les invito a echar un vistazo y a buscar en la extensa bibliografía que está a nuestro alcance apenas echamos mano de los avanzados recursos de los que disponemos hoy en día para obtener  información de cualquier  área del saber, si quieren ampliar sobre el tema.
¿Qué eran o qué son los rezados (santiguados)?
Ni la Inquisición ni las numerosas barreras impuestas a los naturales de las islas, pudieron borrar muchas prácticas curativas, cuyas raíces son una mezcla de creencias nativas y sincretismo católico.
La medicina de los curanderos y santiguadoras en Canarias estaba relacionada con los recursos y medios que encontraban a su alrededor y con esa mirada a reojo a través de signos y rezos.
La necesidad para curar sus enfermedades, sincretizándola para evitar a las autoridades religiosas,  junto a la poca confianza que les daban los conquistadores y sobre todo ante la aparición de nuevas epidemias y plagas, que año tras año dejaban los visitantes y transeúntes, dan como resultado la aparición de estas prácticas tal y como las conocemos hoy en día.
Son las mujeres las que más protagonismo tiene en paliar los padecimientos de una población que no termina de asimilar las nuevas creencias impuestas, pero utilizan los elementos del catolicismo para evitar la inquisición, de ahí nace la santiguadora, aquella que cura con el poder de la palabra a diferencia de los curanderos, desempeñado este magisterio normalmente por hombres, que utilizan más, los conocimientos de plantas para tratar a sus pacientes.
No debemos olvidar la importancia de la mujer en la transmisión de la cultura popular. La mujer era una especialista del cuerpo humano, al que alimentaba y curaba. Esto suponía observar y conocer las funciones del organismo, las propiedades de las plantas, el fenómeno de su cocción. De su experiencia obtenía una cierta influencia social, un cierto reconocimiento. Por eso la persecución de las brujas, casi siempre mujeres, tiene mucho que ver con el intento de destruir la cultura popular, que mantenía vivos elementos paganos.
Las santiguadoras tienen un poder especial para curar, y los vecinos de nuestros pueblos acuden a ellas impulsados por ese sentido que hace caminar guiados por el corazón, cuando los cuerpos se ven atacados por el mal de ojo, susto, sol en la cabeza y otras dolencias y males o simplemente cuando no encuentran solución en la medicina científica.
La enfermedad que tratan las santiguadoras se considera en este ambiente mágico, no sólo como un dolor físico de nuestro cuerpo, sino también de nuestra mente, de ahí los rezos y oraciones que estas realizan a los pacientes.
Los santiguados son los hilos conductores que le transmiten el grado de enfermedad de sus pacientes. Las creencias religiosas, tanto de la santiguadora como del paciente, juegan un papel importante en el proceso.
Nuestros campesinos canarios  además de creer firmemente en brujas, espíritus y presagios, les tienen un miedo especial a los efectos del mal de ojo en plantas, animales etc., y en especial aquel que recae en nuestros niños. Sin embargo, no juzgan siempre este hechizo como un acto de maldad, sino que también creen que un exceso de cariño o admiración de las personas que lo producen, puede provocar el mismo efecto perjudicial, que suele consistir en que se seca o muere todo aquello en lo que recae tal energía.
Las prácticas de las santiguadoras siguen vigentes en nuestros campos, incluso en la ciudad, donde se recurre a ellas para sanar a nuestros hijos del temido “mal de ojo” ya sea de manera física, llevando al infante o a distancia, para lo que se facilita tan solo el nombre del afectado.
Entre la muchas variedades de rezados que existen en toda Canarias para las distintas afecciones, hay algunos que podríamos denominar de uso mas común y son la base de las curaciones que realizan las santiguadoras.
Constituye todo un legado el magisterio de nuestras estimadas y queridas santiguadoras, verdaderas guardianas de creencias ancestrales y que reciben, por lo general como pago, los alimentos que nuestras gentes cultivan en sus campos.

Fuente consultada:
A continuación les dejo una historia basada en un hecho real de mi familia y que me hizo ser testigo de esta costumbre.


Mi abuelo
En mi niñez solía pasar mis vacaciones escolares en casa de mis abuelos, así fue durante muchos años, debido a ello fui testigo de primera mano de un suceso que acontecía con frecuencia, del don de  curar el mal de ojo que tenía mi abuelo Sotero; por lo tanto aquel acontecimiento se convirtió con el pasar de los años en un hermoso recuerdo que de alguna manera dejó en mí una lección de vida y un aprendizaje interior. Siendo yo tan pequeña, al principio no comprendía muy bien de que trataba aquel asunto, pero poco a poco y a medida que pasaba el tiempo entendí lo que era. Me escondía yo por los rincones y vigilaba a mi abuelo para ver bien lo que hacía y  cómo lo hacía así que me quedé con los detalles de su don para curar a la gente. Solían asistir las personas a casa de mis abuelos, en algunas ocasiones con el o la enferma y en otras ocasiones con el nombre de la persona aquejada del mal escrito en un papel. Mi abuelo que para aquel entonces sería un hombre rondando los sesenta fijaba su mirada azul en el enfermo, cogía su mano y haciendo una o dos preguntas hacía un rápido diagnóstico determinando si aquel enfermo tenía o no mal de ojo. Hacía lo mismo concentrándose en el nombre que estaba escrito en el papel, cuando era el caso. Primero que todo mi abuelo era muy sincero, si aquella persona aquejada de un mal no tenía mal de ojo lo decía inmediatamente y recomendaba que acudiera a un médico, y acto seguido dejaba claro que él no podía hacer nada. Si por el contrario mi abuelo detectaba que el enfermo si tenía mal de ojo, se levantaba inmediatamente, para ese momento ya había empezado su secuencia ininterrumpida de bostezos y se alejaba hacia el patio de casa y ubicado en un rincón, sentado en una silla de espaldas y contra la pared se inclinaba, ponía sus codos sobre las rodillas y sostenía con sus manos su cabeza. Allí en aquella posición bostezando sin cesar, gesticulaba con su boca palabras inaudibles en algunas ocasiones por un largo rato y en otras por mas corto tiempo. Una vez terminado su rezo, se levantaba, iba al lavado, metía su cabeza bajo el chorro de agua que salía del grifo y se lavaba, en algunas ocasiones devolvía y hasta mareaba, esto último dependía del grado de intensidad del mal que aquejaba al enfermo. Una vez recuperado, se acercaba al paciente o familiares que esperaban en la sala de casa y decía ya está sacado el mal de ojo. Según el caso y si era necesario mi abuelo le rezaba al paciente por dos o tres días mas, pero siempre les decía que no era necesario que volvieran que ya el mal estaba cortado y que él rezaría por su cuenta.
Vi como las gentes agradecidas volvían en las semanas posteriores para llevar algún regalo a mi abuelo, que nunca cobraba absolutamente nada, y para decirle que la recuperación del enfermo había sido inmediata. Por lo tanto, llevaban a mi abuelo la mayoría de las veces, pan, queso, dulces, nunca dinero. He de decir que mi abuelo curaba a los animales cuando tenían mal de ojo, que también se daba el caso.
Supongo que se corría la voz y la fama de mi abuelo en ese sentido creció porque fueron muchas las personas que acudieron a él, en su mayoría compatriotas canarios que al igual que él habían emigrado a Venezuela.
En alguna oportunidad siendo yo ya una adolescente, me dijo mi abuelo que me enseñaría la oración para que yo también aprendiera a curar el mal de ojo, pero esto nunca sucedió, murió mi abuelo y me quedé con las ganas de aprenderla y con varias incógnitas sobre su vida. Nació mi abuelo en Tijarafe, La Palma en una época difícil para estas islas, perdió su vista siendo un niño recuperándola nuevamente, fue a la guerra civil española en la cual perdió parte de la audición, emigró a Venezuela y a pesar de todos estos acontecimientos tenía la fortaleza suficiente para dedicarse a ayudar a los demás. Me hubiese encantado saber, quién le enseñó a él a rezar el mal de ojo, cómo descubrió esa habilidad de curar a la gente, qué sentía cuando lo hacía y por qué creyó que yo podría hacerlo también.
Te extraño abuelo.
Decía Benito Pérez Galdós, para escribir bien y para el pueblo, hay que acordarse primero de las dos mamá: la mamá y la tierra de los recuerdos infantiles…”
Eso intento.







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