El silencio fantasmal de
aquel recinto hacía que contuviera mi respiración. No podía quitar mi mirada de
aquellas pequeñas camas, quería percibir en
los desecados hilachos de las que alguna vez fueron sábanas, viejos
aromas infantiles, pero un escalofriante miedo recorría mi cuerpo al intentar imaginar aquellas
vidas humanas evaporadas y convertidas en nada.
Ni ruido ni viento eran
capaces de entrar por aquellas desnudas ventanas. Sobre cada camita una muñeca
de plástico con cabello sintético simulaba la vida que aquella catástrofe le
negó para siempre al infante que la ocupó, quería mi imaginación descubrir los
sueños que alguna vez flotaron en sus cabeceras.
Ese silencio fantasmal me
incitaba a ver, en aquellas muñecas y otros juguetes pequeños fantasmas, y se
me antojaba que poseídos por un misterioso poder lo controlaban todo, inclusive
los recuerdos. Escuché que algunas personas los habían colocado por toda la
habitación para que no se olvidara a los niños que habían vivido allí. Llamó mi
atención un pequeño piano, cerré los ojos, y desafiando aquel lúgubre silencio presioné
una tecla, oí un si agudo sin fuerza. Me pareció aquel lastimero sonido el
gemido de una de las tantas voces infantiles devastadas por aquella tragedia
nuclear.