Aquella noche me
desperté a su lado. Sabía que era mejor no hacer ruido para que los demás no se
dieran cuenta. Había estado esperando aquel acontecimiento por mucho tiempo y el
momento había llegado, por lo tanto, en aquel instante anhelaba con todo mi corazón
ser valiente. Caminé sigilosamente entre mantos, reclinatorios y veladoras con
sumo cuidado de no tocar sus alas, pues me parecían tan sutiles que temía que
desaparecieran con el solo soplo de mi aliento, por eso, muy a menudo contenía
mi respiración. No me atrevía a alzar la mirada por temor a que alguien me
detuviera, así que todo el tiempo miraba mis pies descalzos tocar el mármol del
piso a cada paso que daban mientras me sentía un tanto extraño. De vez en cuando
su revoloteo me hacía trastabillar, pero seguía adelante sintiendo una fuerza
misteriosa que me empujaba haciéndome creer que en algún momento emprendería el
vuelo. Mientras mis brazos rodeaban su pequeña humanidad, no cesaba de pensar
en el momento en que desperté y lo vi a mi lado. Cuando llegué al borde, un
viento suave echó mi cabello hacia atrás, y el pequeño ángel desprendiéndose de
mis brazos emprendió el vuelo no sin antes tenderme su mano e invitarme a ir
con él, miré a mi alrededor y observé por última vez mi habitación, todas mis
pertenencias estaban allí como de costumbre. Antes de irme me despedí de mis
juguetes y le lancé un beso a mi madre que dormida yacía sobre el sillón junto
a mi cama.