Todos los bailarines sudaban y el director gritaba como un
energúmeno, repetía los tiempos insistentemente para que la coreografía saliera
en perfecta coordinación de movimientos.
El espectador no lograba entender aquella danza y en su cabeza se dibujaba una gran serpiente, ondulante y de movimientos lentos. Se imaginaba que la víbora se movía a través del aire, como si flotara en el espacio, en cámara lenta y con la mirada dirigida hacia el cielo.
Nuevamente los gritos del director se escucharon en todo el lugar, esta vez en franca reprimenda hacia los danzantes, que con cara de incomprensión y frustración no lograban captar la esencia de aquel baile.
Acto seguido llegaron los de utilería y decoración y al desplegar aquel gran mural, donde se plasmaba la publicidad del evento, con la imagen de una enorme serpiente, seguida de una explícita alusión al calendario chino, el espectador lo comprendió todo. Inmediatamente salió del lugar, con la firme intención de asistir al espectáculo en la hora y días señalados.
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