Eran todas muy hermosas, angelicales y casi mágicas.
Extasiada ante tanta delicadeza no podía dejar de mirarlas y admirarlas.
Aquella casa era encantadora, rodeada por un amplio jardín de flores y plantas
de los mas variados tipos, decorada con un gusto conservador con muebles de
madera de tea y tapetes bordados por doquier, tenía grandes ventanas y puertas
e innumerables habitaciones y ambientes.
Las muñecas estaban por todas partes,
vestidas con hermosos trajes vaporosos de diferentes colores y texturas,
encajes, tules, cintas, adornos en sus cabelleras y accesorios formaban parte
de sus vestimenta. Estaban colocadas en las camas, sobre cada mesa y repisa, en
los muebles y las sillas, sobre los recodos de la escalera, en la cocina y
hasta en el jardín.
La mujer
preguntó: -¿Cuál escoges? -La miré sorprendida, pues no podía creer lo que me
ofrecía. Entonces, ella dijo: -Ya que has venido hasta aquí tienes que llevarte
una muñeca, esa es la norma para todo el que visita esta casa-. Todavía sin creer
lo que me decía, inexplicablemente miré a mi alrededor una y otra vez, di
algunos pasos a la deriva y escogí la del vestido amarillo, con larga cabellera
rubia y grandes ojos marrones. En sus manos tenía una margarita.
La mujer dijo,
-has hecho una buena elección. Ahora iré a los registros y veré cuál es su
nombre-. Mientras esperaba a la mujer no dejé de mirar a aquella muñeca.
Enseguida regresó y con voz dulce y una sonrisa muy segura me dijo: -Su nombre
es Ana-. Mientras salía de aquel encantador lugar con la muñeca entre mis
manos, no podía dejar de pensar en sus palabras: -"Has hecho una buena
elección"-. No salía de mi asombro ya que la preciosa muñeca se llamaba como yo.