Faltando poco para dar comienzo a su presentación, pidió que
le dejaran solo. Sentado a la orilla del sobrio sofá, ligeramente inclinado
hacia adelante, con sus codos apoyados en sus piernas, asido a su instrumento
que lo había acompañado durante muchos años en su transitar de músico
desconocido, no supo cuanto tiempo estuvo en aquella elegante antesala, en
penumbra y con muchos recuerdos arremolinados en su memoria. Quería estar consigo
mismo y detenerse allí, justo en ese momento que consideraba tan importante como
el concierto mismo.
Quería saborear y digerir que estaba en la hora y el día
señalado. Tenía la necesidad de sumergirse en ese instante, para experimentar
esa sensación del momento previo, que imaginó tantas veces de mil maneras y así
poder eternizarlo en su memoria. Era él al que todos esperaban para el gran
concierto, anunciado y publicitado muchos meses antes en aquel renombrado y
prestigioso teatro. Se repetía así mismo una y otra vez: –ya estoy aquí-.
Había llegado el gran acontecimiento de su vida, tomaría
parte en la ejecución del concierto como solista y sentía muchas emociones
encontradas dentro de sí. Su nombre figuraba en la gran marquesina, había
ensayado con la prestigiosa sinfónica muchas horas y lo que otrora parecía una
aspiración ilusa se convertía por fín en una realidad. En ese momento
comprendía muchas cosas.
Se dio cuenta que sonreía, cuando el flash de la cámara lo
sacó de sus cavilaciones, lo que hizo que se levantara automáticamente para
dirigirse a donde le esperaban; se oyó una voz audible decir: -EL CONCERTISTA,
ya viene-. Y mientras caminaba y escuchaba los aplausos, seguro estaba que el
camino transitado como músico desconocido adquiría más vigencia y relevancia
que nunca y que era ese camino, el que le daba vida a aquel acontecimiento.
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