Una brisa inesperada me empujó hasta aquel mágico y encantador lugar donde es posible danzar con el viento.
Aunque al principio, el viento mayor era raro, esa primera brisa que me llevó hasta allí fue amable y tranquila, empujándome con suavidad y certeza. Tuve que hacerme un lugar en aquel sitio para darle forma a mis movimientos, e ir llenándolo poco a poco de mi propia calidez.
El tiempo pasa y no nos damos cuenta cuando danzamos con el viento, por lo tanto en aquel paisaje que me rodeaba, los vientos fueron muchos y muy variados. Los vaivenes a los que me vi sometida moldearon un poquito mi lugar allí, pero entre medias de todos esos vientos, repentinamente, un viento mágico lo envolvió todo, y jugueteaba a mi alrededor haciéndome sentir que tenía alas y que podía volar.
Desde entonces, ya no me fue posible dejar de danzar y comprendí que la vida es una danza.
Continué dando forma a mi danza y descubrí que se había convertido en un camino hacia mi misma, y aprendí con cada movimiento a sortear brumas impregnadas de melancolía, a dejar que me arropara el aire silencioso y a empujar vientos de esperanza.
Hoy continúo mi camino de la danza, y sean cual sean los vientos que soplen, un aire de nostalgia siempre me envuelve, al recordar aquel mágico y encantador lugar donde es posible danzar con el viento.
María de la Luz
miércoles, 29 de abril de 2015
viernes, 24 de abril de 2015
ENTRE COLORES
Habían iniciado su noviazgo hacía muy poco
tiempo, pero en realidad eso no importaba, ya que cuando aparece el amor, el tiempo
se pierde de vista; al menos eso era lo que ella había experimentado. Era
bailarina y desde la mas tierna edad se había subido a un escenario y
ahora, además de danzar con sus compañeros, lo hacía con la explosión de
intensos y maravillosos colores que había originado su amor por él. Cada vez
que se subía a las tablas aparecían ellos: brillantes, vivos, profundos,
amontonados, mezclándose unos con otros y danzando junto a ella.
Y es que así era esa sensación maravillosa que la
acompañaba desde que se entregó a construir la coreografía del amor. Cuando su
cuerpo entraba en movimiento, la invadía una gama de colores y danzando como si
estuviera sobre una gran paleta jugaba con los tonos y las intensidades, entonces,
sus pies y manos se convertían en maravillosos pinceles, que coloreaban los
sentimientos que le daban vida al amor.
Sus compañeros no podían imaginar la cantidad de colores
que originaba su baile. A sus ojos el escenario ya no tenía decorado, ni el salón de
ensayo estaba libre ya que ellos, los maravillosos colores lo invadían todo.
Rubí y Rubio se habían convertido en las grandes promesas
de aquel prestigioso ballet. Allí se habían conocido y allí habían comenzado la
danza de su amor. Con su baile pintaban en distintas tonalidades sus movimientos, cada paso, cada giro, dando brillo y diferentes matices a cada color, salpicando al tímido blanco o decolorando al oscuro negro cuando era necesario. Ella lo había llevado a él también, a sumergirse en la explosión de colores que originaba el amor mutuo, así que cuando ambos danzaban, sentían esa maravillosa sensación que surge, al entregarse a la colorida coreografía del amor. Entre colores discurría su baile y su amor.
jueves, 23 de abril de 2015
LA ESTANTERÍA DE LIBROS
Como cada jueves en la
tarde, perro y niña estaban allí de frente a la gran estantería, mirando de
arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba todos aquellos libros. Lo que más le
llamaba la atención a Penélope, eran los colores. Aquella gran cantidad de
libros de todos los colores formaban en su conjunto y a sus ojos un colorido y
muy atractivo panorama.
A los usuarios de aquella
biblioteca no les pasaba desapercibido
que aquella chiquitina y su compañero perruno miraran con tanto interés y por
largos ratos la estantería del pasillo central.
Mientras su abuelo hacia su
gestión de costumbre, Penélope y Peluso formaban un hermoso cuadro digno de ser
pintado por el mejor pintor. Sus cabezas inclinadas ligeramente hacia arriba y
los ojos muy abiertos los convertía en grandes observadores de todos aquellos
libros.
A Penélope le encantaba
imaginar las mágicas historias escritas en ellos. Para la niña en los libros de color azul, estaban
escritas las historias de hadas, en los de color rojo se contaban las historias
del circo, en los libros color verde estaban las historias de bosques
encantados, en los de color rosa se narraban las vidas de príncipes y
princesas, en los libros color negro se hablaba de fantasmas, brujas y
misterios y en los de color violeta aparecían las peripecias del duende Benito.
Y por supuesto que la niña estaba segura de que el duende Benito vivía entre
los libros. Si hasta algún día le pareció verlo asomado por allí entre los
libros de color blanco.
Cuando su abuelo caminaba
hacia la puerta de la biblioteca, ya era señal de que se tenían que ir.
Automáticamente niña y perro emprendían la marcha hacia el encuentro con el
anciano, quien mientras caminaba con paso lento y un libro entre sus manos, no
podía evitar pensar la gracia que le causaba el encantador espectáculo que
ofrecían su nieta y mascota a los usuarios de la biblioteca.
Ya de regreso caminando por
la vereda, Penélope solía decirle a Peluso que cuando fuera grande trabajaría
en la biblioteca, se leería todos los libros y descubriría el lugar exacto
donde vivía el duende Benito.
lunes, 6 de abril de 2015
LAS MÁSCARAS
El Bufón solía pensar para sí mismo que su trabajo era uno de los más duros de todos cuantos había en la vida. Nadie conocía su verdadero rostro. Todos sabían quién era cuando llevaba una de sus máscaras puesta, entonces le saludaban, bromeaban y se entretenían con él. No recordaba si había nacido bufón o si por el contrario alguna vez no lo fue. Poco a poco se había ído acostumbrando a sus máscaras y prácticamente no podía estar sin ellas. Su rostro descubierto le hacía sentirse inseguro y se hallaba desprotegido cuando no las usaba.
Nadie lo sabía pero tenía un método muy particular para elegir la máscara que usaría en cada función y este consistía en lo siguiente: Cuando amanecía triste, enfadado o desilusionado se ponía la máscara de la risa; cuando por el contrario amanecía alegre, esperanzado y lleno de ilusión, usaba la máscara de las lágrimas. Y es que en eso consistía su trabajo, en mostrar la ironía de la vida y que mejor manera de mostrarla, sintiéndola el mismo: riendo cuando tenia ganas de llorar y llorando cuando tenia ganas de reír.
Un buen día todos se quedaron esperando la función. El Bufón no apareció. Nadie sabía que había sucedido con él. Lo buscaron por todo el pueblo y no lo encontraron, por el contrario en su tienda lograron apresar a un hombre que con cara de terror, contemplaba dos máscaras destruidas entre sus manos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)