Habían iniciado su noviazgo hacía muy poco
tiempo, pero en realidad eso no importaba, ya que cuando aparece el amor, el tiempo
se pierde de vista; al menos eso era lo que ella había experimentado. Era
bailarina y desde la mas tierna edad se había subido a un escenario y
ahora, además de danzar con sus compañeros, lo hacía con la explosión de
intensos y maravillosos colores que había originado su amor por él. Cada vez
que se subía a las tablas aparecían ellos: brillantes, vivos, profundos,
amontonados, mezclándose unos con otros y danzando junto a ella.
Y es que así era esa sensación maravillosa que la
acompañaba desde que se entregó a construir la coreografía del amor. Cuando su
cuerpo entraba en movimiento, la invadía una gama de colores y danzando como si
estuviera sobre una gran paleta jugaba con los tonos y las intensidades, entonces,
sus pies y manos se convertían en maravillosos pinceles, que coloreaban los
sentimientos que le daban vida al amor.
Sus compañeros no podían imaginar la cantidad de colores
que originaba su baile. A sus ojos el escenario ya no tenía decorado, ni el salón de
ensayo estaba libre ya que ellos, los maravillosos colores lo invadían todo.
Rubí y Rubio se habían convertido en las grandes promesas
de aquel prestigioso ballet. Allí se habían conocido y allí habían comenzado la
danza de su amor. Con su baile pintaban en distintas tonalidades sus movimientos, cada paso, cada giro, dando brillo y diferentes matices a cada color, salpicando al tímido blanco o decolorando al oscuro negro cuando era necesario. Ella lo había llevado a él también, a sumergirse en la explosión de colores que originaba el amor mutuo, así que cuando ambos danzaban, sentían esa maravillosa sensación que surge, al entregarse a la colorida coreografía del amor. Entre colores discurría su baile y su amor.
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