El viento me daba en la cara
y jugaba con mi larga melena y mi hermoso vestido rojo según su capricho. Yo
volaba dando vueltas sin cesar, por momentos mi cabeza hacia abajo me hacía ver
todas las cosas al revés y mi cabello colgaba graciosamente.
Abría mis brazos y me
imaginaba que con ellos podía abarcarlo todo y el poder girar a derecha e
izquierda según lo quisiera, me producía una sensación muy agradable.
A mi paso fui encontrando
muchas cosas, tales como: corazones de papel, girasoles de verdad, avecillas de
colores, luciérnagas grandototas, estrellitas de purpurina, instrumentos
musicales, zapatillas de baile, libros voladores y personajes de cuentos leídos
en mi niñez.
Lo más impresionante de todo
era el cielo. Yo volaba a mi antojo empujada por el viento en un impresionante
cielo rojo; por lo tanto, ni un solo instante cerré mis ojos y si lo hice no lo
recuerdo, pues no quería perderme el fantástico espectáculo que me
proporcionaba mi venturoso vuelo.
También encontré en esa
mágica aventura: letras, nubes, rayos de sol, brillantes gotas de agua, flores
de mil colores y una carta donde pude leer claramente su nombre, y cuando quise
coger la carta, desequilibré mi vuelo y haciendo aquel paso de baile que tanto
me gustaba y con el cual creí coger impulso para alcanzar lo que de seguro era
una romántica misiva, desperté.
Una espontánea sonrisa
se dibujó en mis labios y pensando por unos instantes en el fantástico e
increíble sueño que había tenido, me levanté entusiastamente, pues no había
tiempo que perder. Ese día iba a ser maravilloso, puesto que me esperaba el gran
acontecimiento de festejar mi cumpleaños.