jueves, 6 de agosto de 2015

EN AQUEL HERMOSO Y FLORIDO DESCAMPADO


Hermosamente salvajes, ellos corrían contra el viento. Él arrogante y sobrado, con su negro y brillante pelaje,  su mirada penetrante, dando rienda suelta  a su atrevido galope que lo distinguía mientras el viento jugaba con sus largas y atractivas crines, buscaba llamar la atención. Ella suave y ligera, rubia como el sol, con grandes ojos marrones, de movimientos ágiles, y juguetona, coqueteaba con su trote sensual. Atraídos por el excitante juego de hacerse la corte, ella esquiva e insinuante, él osado e imponente, con su constante retozar, añadían hermosura a aquel florido descampado. Cautivados por ese provocador juego, el corretear uno detrás del otro parecía un placer incansable, o saltar y brincar alegremente, se convertía en una competida diversión. Aventuraba él, con su cercanía cada vez más impetuosa, dando vueltas a su alrededor a gran velocidad. Desafiaba ella, permaneciendo inmóvil con un aire de indiferencia, ante el desbocado comportamiento de su pretendiente. Día tras día seducidos por un juego  apasionado, sobrecogidos por los instintivos sentidos dueños de su naturaleza salvaje, siendo ella cada vez mas sumisa, estando él cada vez mas cercano, aquel hermoso lugar fue testigo de sus suspiros y de sus apasionantes cópulas. En aquellas horas de estar juntos, el viento con su silencio dejaba oír sus agitadas respiraciones, las flores eran testigos fieles de su unión, y ni la sutil llovizna, ni el ardiente sol hacían mella en sus febriles deseos. El temblor de sus cuerpos semejaba el delicado temblor de las hojas de los árboles y en medio del éxtasis, un fuerte y sonoro relincho  desgarraba el aire; algunas aves inquietas por el fuerte sonido, revoloteaban alrededor de las copas de los árboles, para luego de un circular vuelo, posarse nuevamente en su lugar. Ahora, solo él corría desbocado contra el viento y ella lo esperaba con su abultado vientre cerca del arroyo, donde siempre retornaba jadeando, para saciar su sed. Acercándose despacio y empujándola suavemente, la invitaba a iniciar un pausado galope en aquel florido y hermoso  descampado. Y así transcurrían los días, él arrogante y sobrado, con su negro y brillante pelaje, su mirada penetrante, dando rienda suelta  a su atrevido galope que lo distinguía, mientras el viento jugaba con sus largas y atractivas crines. Ella suave y ligera, rubia como el sol, con grandes ojos marrones, de movimientos ágiles, y juguetona, coqueteando con su trote sensual.

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