Los amantes bailaban como si nadie los estuviera viendo.
Danzaban sin dejar de mirarse el uno al otro. Parecía que no tenían conciencia
de su entorno. Ensimismados se entregaban sin pudor, ni vergüenza a su baile,
no se sabía si sucumbían a la melodía o a sus cuerpos entregados a la pasión
por la danza. Cada viernes por la noche,
en aquel lugar, solían ser el espectáculo que dan los enamorados cuando se
rinden a esa adicta locura que es el amor; con cada paso, con cada giro, con
cada contoneo de sus cinturas y caderas, con sus brazos entrelazados, con sus
manos estrechadas, con sus miradas hipnotizadas, cuerpo con cuerpo, sus movimientos no daban
tregua, era el amor que los envolvía con su música.
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