A la misma hora, Laura López Real se
sentaba en el elegante sillón Luis XV, la sobria estancia estaba llena de fotos
y de valiosos recuerdos que daban cuenta de veinte años de feliz vida
matrimonial; ambos, su marido y ella, la habían ido decorando con objetos de
valor, con antigüedades y con exquisitos caprichos personales que la
exorbitante herencia del padre de ella, el finado Don Pedro López Castro, les
permitía darse. El golpe de la traición llevó a Laura a tomar la decisión de acabar con aquella
habitación a través de una rutina autoimpuesta; cada noche, mientras el azul de
su mirada se posaba sobre el líquido de la bebida, la venganza se gestaba y
nacía al compás del seductor movimiento de las burbujas del espumante champán
Lanson, su preferido. Esta vez decidió quemar la foto en la que su exmarido
tenía la misma sonrisa que la del día que lo descubrió con su amante. Siempre
sintió animadversión por esa foto, él la había traído de su viaje por Egipto,
conocer la Pirámide de Guiza había sido una excusa, ahora lo sabía, su amiga
también había ido. Y mientras el fuego iba convirtiendo en cenizas la imagen de él,
una íntima conversación con el crepitar de la llama la llevó a murmurar que era
un champán con una pureza excepcional de fruta. Noche tras noche, un objeto de
aquella habitación desaparecía por mandato expreso de ese despecho indómito que
dentro de ella clamaba venganza.
jueves, 16 de agosto de 2018
jueves, 19 de julio de 2018
AQUELLA NOCHE
Aquella noche me
desperté a su lado. Sabía que era mejor no hacer ruido para que los demás no se
dieran cuenta. Había estado esperando aquel acontecimiento por mucho tiempo y el
momento había llegado, por lo tanto, en aquel instante anhelaba con todo mi corazón
ser valiente. Caminé sigilosamente entre mantos, reclinatorios y veladoras con
sumo cuidado de no tocar sus alas, pues me parecían tan sutiles que temía que
desaparecieran con el solo soplo de mi aliento, por eso, muy a menudo contenía
mi respiración. No me atrevía a alzar la mirada por temor a que alguien me
detuviera, así que todo el tiempo miraba mis pies descalzos tocar el mármol del
piso a cada paso que daban mientras me sentía un tanto extraño. De vez en cuando
su revoloteo me hacía trastabillar, pero seguía adelante sintiendo una fuerza
misteriosa que me empujaba haciéndome creer que en algún momento emprendería el
vuelo. Mientras mis brazos rodeaban su pequeña humanidad, no cesaba de pensar
en el momento en que desperté y lo vi a mi lado. Cuando llegué al borde, un
viento suave echó mi cabello hacia atrás, y el pequeño ángel desprendiéndose de
mis brazos emprendió el vuelo no sin antes tenderme su mano e invitarme a ir
con él, miré a mi alrededor y observé por última vez mi habitación, todas mis
pertenencias estaban allí como de costumbre. Antes de irme me despedí de mis
juguetes y le lancé un beso a mi madre que dormida yacía sobre el sillón junto
a mi cama.
sábado, 9 de junio de 2018
DESPEDIDA
Era el primer domingo del que
fuera nuestro último otoño juntos y mientras tocaba te fuiste. Aún resuenan en
mi cabeza los acordes de mi guitarra. Nuestra relación se dirigía hacia un
inevitable invierno y los dos queríamos desesperadamente emigrar hacia algún
lugar donde pudiéramos evitar el frio. Estaba claro que nuestra estación
preferida era el verano y que daríamos cualquier cosa por pernoctar en ella,
aunque eso significara comenzar de nuevo y trasladarnos a otros lares. Las
notas musicales de aquella canción acompañaron tus pasos en el preámbulo de tu
partida. Tu maleta estaba hecha hacía algunos días. No fueron necesarias ni
preguntas ni respuestas, porque a ambos nos invadía una cómoda complicidad en
aquel momento. Siempre lo supimos, preferíamos descubrir otros soles en el
horizonte, sucumbir a la irresistible
tentación de sentir nuevos rayos de sol destemplando nuestra piel, e ir tras la
excitante aventura de disfrutar olores y sudores diferentes, inclusive de
dejarnos lavar los arrepentimientos en playas recién descubiertas. Con mi canto impedí la tan temida despedida y
nos liberamos de dar explicaciones. Lo único que pudiste decir antes de cerrar
la puerta fue, que era una bonita canción mientras yo asentía con la cabeza y
tarareaba el estribillo.
lunes, 7 de mayo de 2018
UN PUÑADO DE CARAMELOS
En aquel paraje cuando el
viento movía las ramas de los árboles se dejaba oír un sonido quejumbroso como
si alguien estuviera llorando, era como un débil lamento que le daba un hálito
de misterio al lugar, pese a ello, era hermoso, estaba muy bien cuidado y
sacaba palabras de admiración de los viajeros que pasaban por allí.
Martica decidió guardar
algunos caramelos desde que se dio cuenta que Antonio Biruela construía un
recinto igual al de ella. El hombre trabajaba sin parar y cuando colocó el ángel,
segura estaba que pronto, al día siguiente quizás, llegaría otro niño que le
haría compañía. Así había sucedido cuando Elenita llegó a aquel lugar, pero pronto
su abuela la había ido a buscar y ya no la vio más.
La madre de Martica le
llevaba todos los domingos una bolsita de caramelos y algún juguete, con lo que
siempre tenía con qué entretenerse, pero echaba de menos tener con quien jugar.
Así que entusiasmada, Martica vislumbró venturosas tardes de juegos en las
cuales ya no correría entre las flores ni subiría a los árboles sola.
Siendo muy joven Antonio Biruela
comenzó a plantar petunias en un pedazo de terreno que él mismo había escogido,
desde entonces ya no había parado ni de plantar flores ni de enterrar muertos. Las
conservadas tumbas cuidadosamente identificadas con sus correspondientes nombres
y fechas, surgían de entre petunias,
claveles, rosas, margaritas y floridas trinitarias, pero su verdadero arte
estaba en los sepulcros que hacía para los niños, eran pequeños mausoleos llenos de encanto y ternura capaces de albergar la felicidad
eterna de cualquier infante.
A la mañana siguiente a
Martica la despertó el sonido de la lluvia. Al asomarse a la ventana de su
pequeña capilla un aguacerito menudo acompañaba el cortejo fúnebre que veía
venir. Al divisar la pequeña urna blanca una sonrisa iluminó su tez morena,
cogió un puñado de caramelos, y presta se dispuso a dar la bienvenida al que
desde ahora en adelante sería su nuevo compañero de juegos.
viernes, 16 de marzo de 2018
FANTASMAS
Esos recuerdos que se agazapan en el alma y se esconden no se sabe donde, pareciera que tienen subterfugios mágicos para hacernos creer que se han difuminado y que ya no existen; pero de repente, aparecen en forma de una sutil estela de humo que llama nuestra atención, convirtiéndose al primer soplo de nuestro aliento en una llamarada.
sábado, 10 de marzo de 2018
LA FOTO
-¡Qué extraño!. No recordaba haber hecho esa foto-. Balbuceaba mientras
llenaba su copa con ese whisky caro con el que se emborrachaba cada noche desde
que su marido la dejó. Como de costumbre se sentaba en el elegante sillón del
centro y allí permanecía largas horas en estado contemplativo. La sobria
estancia estaba plagada de fotos que daban cuenta de veinte años de feliz vida
matrimonial, y por supuesto que la foto de su enlace nupcial presidía el
cortejo de todas las demás, colocada en el centro de la pared del fondo, con su
exquisito marco de plata y de gran tamaño mostraba una pareja primorosamente
vestida, ella con su precioso ramo de rosas rojas y él con su bastón negro con
empuñadura de oro. La verdad que había tomado una muy buena decisión al escoger
esa tela de organza de seda natural color crudo para su vestido de novia,
pensaba para sí al tiempo que murmuraba, —es una tela con muy poco cuerpo,
translúcida y con vuelo a la vez que liviana y sostenida, que le aporta un
toque elegante a las prendas—. Pero siempre detenía su atención en la foto que
era la causante de ese estado contemplativo en el que se sumergía, la que no
recordaba haber hecho o quién la había hecho. La foto en la que él aparecía en
solitario con su sombrero de piel en la mano, en la que se le veía feliz, y en
la que tenía la misma sonrisa que el día que lo descubrió con su amante.
domingo, 25 de febrero de 2018
LAS MUJERES CANARIAS EN LOS SIGLOS XVIII Y XIX DESDE LA PERSPECTIVA DE LOS VIAJEROS
En esta oportunidad voy a
hacer referencia al testimonio que dejaron a través de sus viajes y anotaciones
numerosos viajeros que vinieron a las Islas Canarias durante los siglos XVIII y
XIX, y que constituye una fuente de información muy importante que dibuja con
numerosos detalles la forma de vida de los habitantes de nuestras islas para la
época.
Existen numerosos estudios documentados
que dan cuenta de ello y como siempre les invito a investigar para ampliar
sobre este tema si así lo desean. En lo que a mí respecta quiero compartir con
ustedes algunas peculiaridades y características de la mujer isleña de la época
desde la óptica plasmada en los relatos escritos por estos viajeros, tomando en
cuenta algunas lecturas que he hecho, principalmente de la Revista Argentina de
Sociología Año 3, N0.5.
En primer lugar estos
viajeros eran hombres y mujeres europeos que arribaron a las islas por
infinidad de motivos, por razones laborales, de estudio, salud o vacaciones, en
compañía o en solitario. Gracias a la amplitud de miras de estos viajeros y, a
la vez, a la sorpresa o el impacto que produjeron en sus retinas determinados
comportamientos, éstos lograron rescatar la silenciada vida cotidiana en que
las mujeres canarias eran protagonistas por excelencia. En su transitar por los
caminos y calles de Canarias, los viajeros describieron usos y costumbres de
las mujeres, motivados por las proezas que ellas realizaban a diario en su
particular rutina.
Las
isleñas, mujeres “multiocupadas”
A partir de los relatos de
estos viajeros a los que hago referencia, se revela que el entramado
socioeconómico de la mayor parte de la población de las islas era mísero,
motivo por el cual cobraba relevancia el papel de las mujeres en tanto era
esencial su contribución a la economía familiar. Las mujeres trabajaban a pie
de huerta al igual que lo hacía cualquier hombre: cultivaba papas, procedía a su recogida, cortaba y cargaba
uvas hasta el lagar, cuidaba, podaba y procesaba el tabaco, recolectaba y
empaquetaba plátanos, recogía crustáceos y protegía a las tuneras de las
inclemencias del tiempo, entre otras actividades de subsistencia. Es decir,
pese a ser considerada el sexo “débil”, en el ámbito rural la mujer desempeñaba
todo tipo de trabajos, independientemente de su rudeza o dificultad. Para
algunos de estos viajeros, el trabajo realizado por las mujeres isleñas llegaba
a ser, en ocasiones, mas férreo que el de los hombres.
Podemos considerar a las
mujeres como pluriempleadas agrícolas. Por ejemplo, además de trabajar en los
cultivos, las mujeres rurales eran las encargadas, la mayoría de las veces, de
la comercialización de los productos agrícolas, animales o marinos e incluso de
las mercancías elaboradas por ellas mismas. En efecto, las mujeres eran las que
se dedicaban a vender de manera ambulante diversos artículos por pueblos y
ciudades. Por ello resultaba habitual que los viajeros, durante sus excursiones, tropezaran cada día con
campesinas, lecheras, panaderas, pescaderas, carboneras o gangocheras en las
veredas, dispuestas a ofrecer sus productos a cuanta persona encontraran a su
paso. Cabe destacar que la capacidad de
negociación también era una labor
desempeñada por las mujeres que en muchos casos si no vendían sus productos los
intercambiaban por otros. Además de sus múltiples labores fuera, en el hogar
también desempeñaban las tareas necesarias para el mantenimiento de una casa.
Cargaban
grandes pesos y hacían todos sus desplazamientos a pie
El modo de desplazamiento
que tenían estas mujeres para realizar su actividad laboral se reducía a los
pies; éstas debían acarrear los productos destinados a la venta sobre sí
mismas. A la mayoría de los viajeros les asombraba la capacidad con la que las
mujeres canarias transportaban grandes pesos en las cabezas utilizando como
único recurso, para evitar el contacto directo con el cesto o la lechera, una
simple almohadilla elaborada con retales de tela o con ramas de plantas.
Asimismo, les llamaba la atención el hecho de que no se ayudaran de las manos
para transportar tal carga. En ocasiones, cuando las mujeres se disponían a
vender iban acompañadas de sus esposos y lo que resultaba muy sorprendente era
que la mujer siempre hacía el camino a pie mientras que el hombre lo hacía montado
sobre el lomo de un animal. Más aún, muchas veces el peso de los productos que
transportaban las mujeres se veía además incrementado con la carga adicional de
los hijos pequeños ya que la necesidad de subsistencia les impedía quedarse en la casa al cuidado de los hijos, por
lo tanto se veían obligadas a llevarlos consigo en todo momento, incluso cuando
tenían que caminar largas distancias. Cuando los niños no podían desplazarse
por sí mismos porque todavía no caminaban por ser muy pequeños, las mujeres los
enganchaban a las caderas y, bajo estas condiciones, desarrollaban su actividad
laboral.
Siempre
iban descalzas por caminos escabrosos y llenos de matorrales
Hay que añadir que las
mujeres siempre iban descalzas, independientemente de cual fuera el estado del
camino, que por lo general solía ser bastante pedregoso. Las grandes carencias
económicas impedían a la población contar con zapatos, motivo por el cual,
cuando poseían un par, lo cuidaban celosamente. Algunos viajeros señalan que
los isleños estaban tan acostumbrados a caminar descalzos que, cuando se ponían
los zapatos, les molestaban al andar, razón por la cual preferían seguir con
sus pies desnudos.
Otros
trabajos fuera del hogar
Prosiguiendo con las
ocupaciones de las mujeres, además de las labores agrícolas y de la venta
ambulante, éstas se dedicaban también al servicio doméstico. La mayoría de las
veces las mujeres se empleaban como sirvientas de las clases más pudientes o de
aquellos personajes del pueblo que se erigían en figuras importantes, como
sacerdotes, alcaldes o en residencias de extranjeros que fijaban sus domicilios
en Canarias o de viajeros temporales. En ocasiones, estas sirvientas eran las
encargadas de realizar todos los quehaceres del hogar de sus patrones, por lo
que sus jornadas de trabajo eran interminables; a cambio obtenían un salario mísero, a veces
compensado con estancia y alimentación. Otras mujeres, sin embargo, sólo eran
contratadas para realizar alguna actividad específica: lavar la ropa, planchar,
transportar agua, etc., motivo por el cual el salario recibido era mucho menor.
No
sabían leer ni escribir y no tenían preparación alguna
Independientemente de las
tareas realizadas por unas y otras, todas procedían de las capas populares
isleñas, no sabían leer ni escribir y desconocía las costumbres y el modus
vivendi de los extranjeros, por lo tanto se les contrataba para adjudicárseles
los trabajos mas duros.
El
lavado de la ropa
Otro quehacer doméstico que
correspondía exclusivamente a las mujeres y presentaba grandes dificultades era
el lavado de la ropa, una tarea que se veían obligadas a realizar en aquellos
lugares en los que corría el agua: barrancos, arroyos, etc. porque, como no
existía el agua corriente en los domicilios, las mujeres tenían que buscar los
sitios idóneos para tal fin, sitios muchas veces alejados del hogar. En ellos
solía concentrarse un gran número de mujeres, convirtiéndose en puntos de
encuentro para las vecinas del pueblo; era quizá el único momento del día que
éstas tenían para conversar, siempre al tiempo que realizaban la actividad.
Eran
artesanas
Realizaban todo tipo de
trabajos artesanales en sus propios hogares, como la fabricación de cerámica,
la costura y la hilandería. Gracias al desarrollo del turismo, algunos sectores
pudientes ayudaron al desarrollo de esta actividad y pronto proliferaron
talleres de calados y bordados. Dichos talleres se convirtieron en un destino
laboral para muchas mujeres de clase humilde que, sin muchas opciones,
soportaron las agotadoras jornadas de trabajo a cambio de un salario de
subsistencia.
Indumentaria
En el caso de las mujeres rurales,
las faldas de colores, los pañuelos, los delantales y los sombreros delataban
su condición de pueblerinas. La vestimenta de las campesinas canarias era
similar entre las diferentes islas, con algunas excepciones, como la distinta
colocación del pañuelo en hombros, cabeza o cuello o la forma del sombrero. La
lana usada para confeccionar los mantos de las mujeres rurales develaba su
pertenencia al campesinado.
Aspecto
físico
Entre los escritos
analizados figuran muchas referencias a la belleza y hermosura de las jóvenes
isleñas, mujeres de atractivos rasgos. La mayoría de los cronistas hace
referencia a los ojos, el cabello o la tonalidad de la piel. En la mujer rural
la piel de su cara estaba mas que endurecida a consecuencia del arduo trabajo
que se veían forzadas a realizar cada día bajo las inclemencias del tiempo, ya
que estaban expuestas al sol, al viento y a la lluvia.
Moralidad
y los postigos
A viajeros y viajeras, les
alarmaba las restricciones a las que estaban sometidas las mujeres canarias,
había un férreo control moral que se extendía a todos los ámbitos de su vida,
bastante riguroso también a las clases acomodadas, en este contexto, los
momentos de diversión y esparcimiento para el colectivo femenino eran nulos o
escasos, no podían salir bajo ningún concepto solas, el matrimonio era el único
camino de honor para sus vidas, según los viajeros, las mujeres vivían
recogidas en sus casas y el único contacto con el exterior era a través de la
ventana, pues se asomaban a través de los postigos para relacionarse con otras
personas. Olivia Stone anotó la peculiaridad de los postigos de las casas de
los pueblos y escribió que paseando por Garachico era observada a través de
éstos, a pesar de que la calle estaba vacía y en silencio.
Viajeros
y viajeras europeos
Las crónicas son una
importante fuente histórica para el conocimiento del pasado insular. Por tanto,
este legado de viajeros y viajeras europeos se convierte en uno de los recursos
mas importantes para rescatar la historia pasada de la población canaria en
general y de la femenina en particular, fueron ellos quienes mejor documentaron
esta forma de vida, legándonos un material histórico de incalculable valor.
Menciono algunos de los cronistas de los que procede la información contenida
en este artículo: Elizabeth Murray, Ann Brassey, Marianne North, Jessie Piazzi
Smith, Olivia Stone, entre otros.
Termino este artículo con un
sentir que me lleva a dar mas de mí y a apreciar el legado que nos deja todo
tiempo pasado.
-¿Abuela a que sabe el mar?.
Sabe a nostalgia con un poco de sal-. (Desconozco su autor).
María
de la Luz
(25-02-2018)
lunes, 19 de febrero de 2018
PORDIOSERO
Todos me miraron mientras un
profundo silencio intentó delatarme. Emití una sonora carcajada y comencé a explicarles
con lujo de detalles como había logrado un traje tan auténtico. Creo que debí
convencerlos porque sin terminar mi alegato ya me habían invitado a unirme a su
grupo. Este era el quinto año consecutivo que lograba hacerlo. Como todos los
años me infiltré en un grupo que esta vez era muy numeroso, había descubierto
un mecanismo mas de sobrevivencia, y este consistía en unirme a una juerga que
ajena a mi verdadera condición de indigente celebraba por todo lo alto la
autenticidad y originalidad de mi disfraz a cambio de comida y bebida gratis.
Por eso odiaba con todas mis fuerzas el carnaval, porque lejos de reportarme
alegría y liberación de emociones, me afianzaba en el amargo y penoso vestido
que me había impuesto mi desgraciada vida. Pero en esta oportunidad un detalle
aparentemente inofensivo me sobrecogió, en aquel grupo detrás de un antifaz,
una mirada profunda y negra erizó mi curtida piel, sin embargo la marea humana
exultante de purpurina y maquillaje me arrastró y me dejé llevar, y pronto yo
también cantaba y bailaba como todos, olvidando momentáneamente aquella
espeluznante mirada. Entrada la noche que ya se preparaba para dar paso a la
madrugada me volví a topar con el antifaz de la mirada profunda y negra, me
había seguido y había descubierto mi escondite de miserable pordiosero. Se fue
acercando lentamente y a medida que lo hacía descubrí entre sus puntiagudas
uñas que mas bien parecían garras una afilada navaja que brillaba en la
oscuridad de la noche, mi curtida piel volvió a erizarse y mis ojos esquivaron
la espeluznante mirada que se escapaba por los agujeros del antifaz, y
activando otro mecanismo mas de sobrevivencia le hablé y le conté entre
sollozos lo que tenía que hacer para no morir de hambre, cuando estuvo lo
suficientemente cerca de mí, cerré los ojos y tras un momento de silencio los
volví a abrir, para mi sorpresa, él o ella se alejaba dejando tras de sí los
plateados destellos de sus enormes plataformas. Con el eco de la zamba que
retumbaba en el silencio de la noche, y sin dejar de temblar asumí que yo no era el
único que afianzaba su verdadera identidad en el carnaval.
María de la Luz (19 de
Febrero 2018)
martes, 30 de enero de 2018
SANTILLANA DEL MAR
Me bajé apresurada del
autobús, era imprescindible hacer aguas, una vez aliviada, me dispuse a conocer
esa bella localidad de Cantabria.
Hermosos balcones adornados con
flores, calles empedradas, ventanas y puertas de madera por doquier,
edificaciones antiguas de siglos pasados, algunas casi originales y otras con
el esmerado repaso de un proceso de conservación a sus espaldas daban cuenta de
un sitio con mucha historia que conocer. Ensimismada en mi propia observación, muda
e ignorante del pasado de aquel lugar, cada rincón de esa bonita región me
hacía suponer que guardaba acontecimientos de un pasado no fácil ni alegre en
contraste con el comercial y turístico presente que la ocupaba hoy.
Llamó poderosamente mi
atención que numerosos turistas entre nacionales y extranjeros, gran cantidad
de restaurantes y cafeterías e incluso prestigiosos hoteles y posadas y
numerosas tiendas de souvenirs y artículos tradicionales hacen vida en
mazmorras, cuarteles, cárceles y monasterios de hace varios siglos atrás, cuyas
paredes susurran acontecimientos de otros tiempos que se quedaron pegados a
ellas y que el bullicio de la vida de hoy ahoga con risas, expresiones de admiración y el sonido de los pasos de los
miles de turistas que andan sus calles en son de jolgorio y alegría.
Santillana del Mar, a unos
30 kilómetros de Santander, es un museo vivo de una villa medieval desarrollada
entorno a la colegiata de Santa Juliana, aunque la mayoría de sus caseríos corresponden
a las diversas aportaciones arquitectónicas de los siglos XIV al XVIII, se
encuentra en la costa occidental de la comunidad autónoma de Cantabria
(España), de la que es su extremo este. El conjunto histórico-artístico de
Santillana no se puede visitar más que de pie.
La villa fue declarada
conjunto histórico-artístico en 1889. En sus inmediaciones se encuentra la
cueva de Altamira, protegida como Patrimonio de la Humanidad. Es uno de los
pueblos más turísticos y más visitados de Cantabria, siendo una parada
imprescindible para los turistas que visitan la región. Esto ha hecho que gran
parte de los habitantes del municipio vivan de la actividad turística,
especialmente de la hostelería, los alojamientos rurales y las tiendas de
productos típicos.
Desde julio 2013, Santillana
del Mar forma parte de la red “Los pueblos mas bonitos del España”.
Caminé yo por sus calles
empedradas, callejuelas y callejones, admiré sus antiguas casas, casonas y
parajes, tomé muchas fotos e hice mi propia travesía según me guiaban los
sentidos.
Entré a una de tantas
tiendas esparcidas por el lugar y para mi sorpresa me topé con un pedacito de
mi tierra de origen dignamente representada por una elegante y espigada chica
que con un autóctono acento natal intercambió conmigo unas amistosas palabras
fraternales. Ya por último sentada sobre unas antiguas escalinatas esperando a
que mi compañero de vida me tomara una foto para el recuerdo me dio por
reflexionar. El avance de los tiempos nos permite ir al pasado. Venimos de allí
de las vicisitudes, de los sufrimientos, de los logros y de las alegrías de
nuestros antepasados. Me decanto por pensar que cada uno de nosotros lleva un
sello, y que es imprescindible descubrirlo e indagar en él. En mi caso ese
sello moldea mi existencia y bifurca para mí caminos inesperados. La escalinata
en la que me senté sigue allí como testigo fiel del encuentro entre el pasado y
el presente, y nosotros los de antes y los de ahora continuamos el viaje.
Les invito a visitar si así
tienen la oportunidad a Santillana del Mar.
REZADOS
En esta oportunidad me voy a
referir a una costumbre y práctica que aún subsiste en nuestras islas y que me
tocó conocer y observar de cerca cuando tan solo era una niña, con lo cual tengo
el privilegio de dejar testimonio de ella con la certeza que me otorgó el haber
sido testigo de primera mano de ver a mi abuelo rezar el mal de ojo y sanar a
numerosas personas que regresaban agradecidas a dar testimonio de sus efectos
curativos.
Primero he de decir que
sobre el tema hay mucha literatura en la cual se recrea esta costumbre canaria
con excelentes explicaciones y muy bien documentadas, así que les invito a
echar un vistazo y a buscar en la extensa bibliografía que está a nuestro
alcance apenas echamos mano de los avanzados recursos de los que disponemos hoy
en día para obtener información de
cualquier área del saber, si quieren
ampliar sobre el tema.
¿Qué eran o qué son los
rezados (santiguados)?
Voy a contestar esta
pregunta con el relato que a continuación
les transcribo basado en un hecho real de mi familia y que me hizo ser testigo
de esta costumbre.
Mi
abuelo
En
mi niñez solía pasar mis vacaciones escolares en casa de mis abuelos, así fue
durante muchos años, debido a ello fui testigo de primera mano de un suceso que
acontecía con frecuencia, del don de
curar el mal de ojo que tenía mi abuelo Sotero; por lo tanto aquel
acontecimiento se convirtió con el pasar de los años en un hermoso recuerdo que
de alguna manera dejó en mí una lección de vida y un aprendizaje interior.
Siendo yo tan pequeña, al principio no comprendía muy bien de que trataba aquel
asunto, pero poco a poco y a medida que pasaba el tiempo entendí lo que era. Me
escondía yo por los rincones y vigilaba a mi abuelo para ver bien lo que hacía
y cómo lo hacía así que me quedé con los
detalles de su don para curar a la gente. Solían asistir las personas a casa de
mis abuelos, en algunas ocasiones con el o la enferma y en otras ocasiones con
el nombre de la persona aquejada del mal escrito en un papel. Mi abuelo que
para aquel entonces sería un hombre rondando los sesenta fijaba su mirada azul
en el enfermo, cogía su mano y haciendo una o dos preguntas hacía un rápido
diagnóstico determinando si aquel enfermo tenía o no mal de ojo. Hacía lo mismo
concentrándose en el nombre que estaba escrito en el papel, cuando era el caso.
Primero que todo mi abuelo era muy sincero, si aquella persona aquejada de un
mal no tenía mal de ojo lo decía inmediatamente y recomendaba que acudiera a un
médico, y acto seguido dejaba claro que él no podía hacer nada. Si por el
contrario mi abuelo detectaba que el enfermo si tenía mal de ojo, se levantaba
inmediatamente, para ese momento ya había empezado su secuencia ininterrumpida
de bostezos y se alejaba hacia el patio de casa y ubicado en un rincón, sentado
en una silla de espaldas y contra la pared se inclinaba, ponía sus codos sobre
las rodillas y sostenía con sus manos su cabeza. Allí en aquella posición
bostezando sin cesar, gesticulaba con su boca palabras inaudibles en algunas
ocasiones por un largo rato y en otras por mas corto tiempo. Una vez terminado
su rezo, se levantaba, iba al lavado, metía su cabeza bajo el chorro de agua
que salía del grifo y se lavaba, en algunas ocasiones devolvía y hasta mareaba,
esto último dependía del grado de intensidad del mal que aquejaba al enfermo.
Una vez recuperado, se acercaba al paciente o familiares que esperaban en la
sala de casa y les decía que ya estaba sacado el mal de ojo. Según el caso y si era
necesario mi abuelo le rezaba al paciente por dos o tres días mas, pero siempre
les decía que no era necesario que volvieran que ya el mal estaba cortado y que
él rezaría por su cuenta.
Vi
como las gentes agradecidas volvían en las semanas posteriores para llevar
algún regalo a mi abuelo, que nunca cobraba absolutamente nada, y para decirle
que la recuperación del enfermo había sido inmediata. Por lo tanto, llevaban a
mi abuelo la mayoría de las veces, pan, queso, dulces, nunca dinero. He de
decir que mi abuelo curaba a los animales cuando tenían mal de ojo, que también
se daba el caso.
Supongo
que se corrió la voz y la fama de mi abuelo en ese sentido creció porque fueron
muchas las personas que acudieron a él, en su mayoría compatriotas canarios que
al igual que él habían emigrado a Venezuela.
En
alguna oportunidad siendo yo ya una adolescente, me dijo mi abuelo que me
enseñaría la oración para que yo también aprendiera a curar el mal de ojo, pero
esto nunca sucedió, murió mi abuelo y me quedé con las ganas de aprenderla y
con varias incógnitas sobre su vida. Nació mi abuelo en Tijarafe, La Palma en
una época difícil para estas islas, perdió su vista siendo un niño
recuperándola nuevamente, fue a la guerra civil española en la cual perdió
parte de la audición, emigró a Venezuela y a pesar de todos estos
acontecimientos de su vida tenía la fortaleza suficiente para dedicarse a
ayudar a los demás. Me hubiese encantado saber, quién le enseñó a él a rezar el
mal de ojo, cómo descubrió esa habilidad de curar a la gente, qué sentía cuando
lo hacía y por qué creyó que yo podría hacerlo también. Cuanto te extraño
abuelo.
Concluyo
diciendo que constituye todo un legado el magisterio de nuestras estimadas y
queridas santiguadoras y rezanderos, verdaderos guardianes de creencias
ancestrales.
Decía Benito Pérez
Galdós, para escribir bien y para el pueblo,
hay que acordarse primero de las dos mamá: la mamá y la tierra de los recuerdos
infantiles…”
Eso intento.
domingo, 28 de enero de 2018
REZADOS (SANTIGUADOS)
En esta oportunidad me voy a
referir a una costumbre y práctica que aún subsiste en nuestras islas y que me
tocó conocer y observar de cerca cuando tan solo era una niña, con lo cual tengo
el privilegio de dejar testimonio de ella con la certeza que me otorgó el haber
sido testigo de primera mano de ver a mi abuelo rezar el mal de ojo y sanar a
numerosas personas que regresaban agradecidas a dar testimonio de sus efectos
curativos.
Primero he de decir que
sobre el tema hay mucha literatura en la cual se recrea esta costumbre canaria con
excelentes explicaciones y muy bien documentadas, así que les invito a echar un
vistazo y a buscar en la extensa bibliografía que está a nuestro alcance apenas
echamos mano de los avanzados recursos de los que disponemos hoy en día para
obtener información de cualquier área del saber, si quieren ampliar sobre el
tema.
¿Qué eran o qué son los
rezados (santiguados)?
Ni
la Inquisición ni las numerosas barreras impuestas a los naturales de las islas,
pudieron borrar muchas prácticas curativas, cuyas raíces son una mezcla de
creencias nativas y sincretismo católico.
La
medicina de los curanderos y santiguadoras en Canarias estaba relacionada con
los recursos y medios que encontraban a su alrededor y con esa mirada a reojo a
través de signos y rezos.
La
necesidad para curar sus enfermedades, sincretizándola para evitar a las
autoridades religiosas, junto a la poca confianza que les daban los
conquistadores y sobre todo ante la aparición de nuevas epidemias y plagas, que
año tras año dejaban los visitantes y transeúntes, dan como resultado la
aparición de estas prácticas tal y como las conocemos hoy en día.
Son
las mujeres las que más protagonismo tiene en paliar los padecimientos de una
población que no termina de asimilar las nuevas creencias impuestas, pero
utilizan los elementos del catolicismo para evitar la inquisición, de ahí nace
la santiguadora, aquella que cura con el poder de la palabra a diferencia de
los curanderos, desempeñado este magisterio normalmente por hombres, que
utilizan más, los conocimientos de plantas para tratar a sus pacientes.
No
debemos olvidar la importancia de la mujer en la transmisión de la cultura
popular. La mujer era una especialista del cuerpo humano, al que alimentaba y
curaba. Esto suponía observar y conocer las funciones del organismo, las
propiedades de las plantas, el fenómeno de su cocción. De su experiencia
obtenía una cierta influencia social, un cierto reconocimiento. Por eso la
persecución de las brujas, casi siempre mujeres, tiene mucho que ver con el
intento de destruir la cultura popular, que mantenía vivos elementos paganos.
Las
santiguadoras tienen un poder especial para curar, y los vecinos de nuestros
pueblos acuden a ellas impulsados por ese sentido que hace caminar guiados por
el corazón, cuando los cuerpos se ven atacados por el mal de ojo, susto, sol en
la cabeza y otras dolencias y males o simplemente cuando no encuentran solución
en la medicina científica.
La
enfermedad que tratan las santiguadoras se considera en este ambiente mágico,
no sólo como un dolor físico de nuestro cuerpo, sino también de nuestra mente,
de ahí los rezos y oraciones que estas realizan a los pacientes.
Los
santiguados son los hilos conductores que le transmiten el grado de enfermedad
de sus pacientes. Las creencias religiosas, tanto de la santiguadora como del
paciente, juegan un papel importante en el proceso.
Nuestros
campesinos canarios además de creer firmemente en brujas, espíritus y
presagios, les tienen un miedo especial a los efectos del mal de ojo en
plantas, animales etc., y en especial aquel que recae en nuestros niños. Sin
embargo, no juzgan siempre este hechizo como un acto de maldad, sino que
también creen que un exceso de cariño o admiración de las personas que lo
producen, puede provocar el mismo efecto perjudicial, que suele consistir en
que se seca o muere todo aquello en lo que recae tal energía.
Las
prácticas de las santiguadoras siguen vigentes en nuestros campos, incluso en
la ciudad, donde se recurre a ellas para sanar a nuestros hijos del temido “mal
de ojo” ya sea de manera física, llevando al infante o a distancia, para lo que
se facilita tan solo el nombre del afectado.
Entre
la muchas variedades de rezados que existen en toda Canarias para las distintas
afecciones, hay algunos que podríamos denominar de uso mas común y son la base
de las curaciones que realizan las santiguadoras.
Constituye
todo un legado el magisterio de nuestras estimadas y queridas santiguadoras,
verdaderas guardianas de creencias ancestrales y que reciben, por lo general
como pago, los alimentos que nuestras gentes cultivan en sus campos.
Fuente
consultada:
A
continuación les dejo una historia basada en un hecho real de mi familia y que
me hizo ser testigo de esta costumbre.
Mi
abuelo
En
mi niñez solía pasar mis vacaciones escolares en casa de mis abuelos, así fue
durante muchos años, debido a ello fui testigo de primera mano de un suceso que
acontecía con frecuencia, del don de
curar el mal de ojo que tenía mi abuelo Sotero; por lo tanto aquel
acontecimiento se convirtió con el pasar de los años en un hermoso recuerdo que
de alguna manera dejó en mí una lección de vida y un aprendizaje interior. Siendo
yo tan pequeña, al principio no comprendía muy bien de que trataba aquel
asunto, pero poco a poco y a medida que pasaba el tiempo entendí lo que era. Me
escondía yo por los rincones y vigilaba a mi abuelo para ver bien lo que hacía
y cómo lo hacía así que me quedé con los
detalles de su don para curar a la gente. Solían asistir las personas a casa de
mis abuelos, en algunas ocasiones con el o la enferma y en otras ocasiones con
el nombre de la persona aquejada del mal escrito en un papel. Mi abuelo que
para aquel entonces sería un hombre rondando los sesenta fijaba su mirada azul
en el enfermo, cogía su mano y haciendo una o dos preguntas hacía un rápido
diagnóstico determinando si aquel enfermo tenía o no mal de ojo. Hacía lo mismo
concentrándose en el nombre que estaba escrito en el papel, cuando era el caso.
Primero que todo mi abuelo era muy sincero, si aquella persona aquejada de un
mal no tenía mal de ojo lo decía inmediatamente y recomendaba que acudiera a un
médico, y acto seguido dejaba claro que él no podía hacer nada. Si por el
contrario mi abuelo detectaba que el enfermo si tenía mal de ojo, se levantaba
inmediatamente, para ese momento ya había empezado su secuencia ininterrumpida
de bostezos y se alejaba hacia el patio de casa y ubicado en un rincón, sentado
en una silla de espaldas y contra la pared se inclinaba, ponía sus codos sobre
las rodillas y sostenía con sus manos su cabeza. Allí en aquella posición
bostezando sin cesar, gesticulaba con su boca palabras inaudibles en algunas
ocasiones por un largo rato y en otras por mas corto tiempo. Una vez terminado
su rezo, se levantaba, iba al lavado, metía su cabeza bajo el chorro de agua
que salía del grifo y se lavaba, en algunas ocasiones devolvía y hasta mareaba,
esto último dependía del grado de intensidad del mal que aquejaba al enfermo.
Una vez recuperado, se acercaba al paciente o familiares que esperaban en la
sala de casa y decía ya está sacado el mal de ojo. Según el caso y si era
necesario mi abuelo le rezaba al paciente por dos o tres días mas, pero siempre
les decía que no era necesario que volvieran que ya el mal estaba cortado y que
él rezaría por su cuenta.
Vi
como las gentes agradecidas volvían en las semanas posteriores para llevar
algún regalo a mi abuelo, que nunca cobraba absolutamente nada, y para decirle
que la recuperación del enfermo había sido inmediata. Por lo tanto, llevaban a
mi abuelo la mayoría de las veces, pan, queso, dulces, nunca dinero. He de
decir que mi abuelo curaba a los animales cuando tenían mal de ojo, que también
se daba el caso.
Supongo
que se corría la voz y la fama de mi abuelo en ese sentido creció porque fueron
muchas las personas que acudieron a él, en su mayoría compatriotas canarios que
al igual que él habían emigrado a Venezuela.
En
alguna oportunidad siendo yo ya una adolescente, me dijo mi abuelo que me
enseñaría la oración para que yo también aprendiera a curar el mal de ojo, pero
esto nunca sucedió, murió mi abuelo y me quedé con las ganas de aprenderla y
con varias incógnitas sobre su vida. Nació mi abuelo en Tijarafe, La Palma en
una época difícil para estas islas, perdió su vista siendo un niño
recuperándola nuevamente, fue a la guerra civil española en la cual perdió
parte de la audición, emigró a Venezuela y a pesar de todos estos
acontecimientos tenía la fortaleza suficiente para dedicarse a ayudar a los
demás. Me hubiese encantado saber, quién le enseñó a él a rezar el mal de ojo,
cómo descubrió esa habilidad de curar a la gente, qué sentía cuando lo hacía y
por qué creyó que yo podría hacerlo también.
Te
extraño abuelo.
Decía Benito Pérez Galdós, para escribir bien y para el pueblo, hay que
acordarse primero de las dos mamá: la mamá y la tierra de los recuerdos
infantiles…”
Eso
intento.
sábado, 13 de enero de 2018
EMIGRACION
Han
sido muchas las historias que la emigración generó en los habitantes de
canarias, por eso quiero hoy recordar esta realidad que vivieron nuestros
antepasados.
Específicamente
me voy a referir a la emigración reciente.
Con la Guerra Civil Española
un grave período de crisis y autarquía se abrió sobre las islas, del que no se
saldría hasta los años sesenta. Desde el año 1948, ante las serias dificultades
que impuso la España franquista a la migración con trámites penosos y
costosísimos, nació la llamada época de los barcos fantasmas. En ella la flota
pesquera canaria se destinó al traslado de inmigrantes clandestinos en barcos
de vela, entre ese año y 1952 se calcula que la efectuarían unos 8.000. Fue sin
duda uno de los episodios más dramáticos y épicos del afán de los canarios por
llegar a la Nueva Tierra Prometida, en las que navíos con una disponibilidad
máxima de 50 personas llegaron a transportar 286.
Hasta
la década de 1940, la mayor parte de la emigración era clandestina, y esta
situación la provocaba la legislación vigente para el momento, las dificultades
administrativas y económicas para conseguir los visados, la represión política
y la evasión del servicio militar.
En
los lugares que llegaban los canarios dejaban huella. En los registros
matrimoniales de las catedrales de La Habana y Caracas, constan, como segundo
aporte demográfico, personas de origen canario. Historiadores Venezolanos
afirman que toda la población blanca del interior del país tiene sus raíces en
las Islas Canarias.
La última etapa dorada de
esta migración serán los años 70. Las mujeres pasan a ser el 60% de los
emigrantes.
Las estadísticas señalan que en el año 1954
llegaron a Venezuela 74.000 emigrantes oficialmente, pero esa cifra era
rebasada por los canarios que no iban contratados, sino como transeúntes,
turistas o como simples visitantes y se quedaban en el país junto a padres y
familiares, nacionalizándose para tener derecho al establecimiento comercial e
industrial. Se cifró en aquellos años en más de 150.000 los canarios dispersos
en todo el país hermano.
Mucho podría hablar acerca de este tema, pero
hay estudios completos de expertos, historiadores, tesis universitarias, blogs
muy bien documentados, libros y una infinidad de literatura referente a la
emigración al alcance de todos, gracias al maravilloso desarrollo de la tecnología
y medios de comunicación, por eso, los invito a que si así lo desean, echen un
vistazo a su alrededor que seguramente encontrarán muchas páginas que leer. De hecho
al final de este artículo les dejo algunas referencias bibliográficas.
Es mi intención dejar plasmado mi sentir acerca
de este hecho tan importante en la
sociedad Canaria en la década de los años 40, 50, 60 y 70. Aquella emigración ha
extendido, según mi criterio, su influencia a los tiempos actuales. Hoy por hoy
hay toda una generación de descendientes de canarios que como yo ha sido marcada
por dicha influencia.
A continuación comparto con ustedes una
historia familiar, para que puedan entender un poquito lo que quiero decir.
EL BAÚL
Doña Luz era muy elegante, esbelta, de finos modales e impecable en el vestir y en el baúl de tea que tenía en su habitación guardaba todo lo que le quedaba en la vida. Para la imaginación de Blanca Nieves María, su nieta, eran valiosos objetos y tesoros de valor incalculable, lo que la noble anciana guardaba allí con mucho recelo.
Apenas oía el ruido que hacía la madera al abrirse el cajón, la niña echaba a correr, no importaba en qué lugar se encontrara dentro de casa ni lo que estaba haciendo, atravesaba el salón y enseguida llegaba a la puerta de la habitación de su abuela, donde detenía de golpe su carrera y entonces entraba muy despacio, caminando, sin dar señales de haber corrido desaforadamente unos instantes antes.
Doña Luz de frente al baúl abierto sostenía entre sus brazos un hermoso vestido blanco, era lo primero que sacaba. Mantas y sábanas yacían esparcidas sobre la cama. Tal era el panorama que siempre se encontraba la niña al entrar en la habitación.
-Quizás en el fondo del baúl, envuelto en pañuelos de seda color rosa, estaba un hermoso cofre de oro con rubíes y esmeraldas incrustadas en sus paredes, que además era una linda caja de música, que tocaba una melodía encantadora y extraña jamás oída por estos lugares-. Tales eran los pensamientos de la niña, que empinada sobre las puntas de sus pies y ligeramente inclinada hacia adelante, asomaba su cabeza dentro del gran baúl, mientras sus alargados ojos buscaban los ansiados tesoros. Pero Doña Luz siempre cerraba el baúl antes de que Blanca Nieves pudiera lograr ver lo que tanto deseaba, y la preciada búsqueda quedaba finalizada hasta una próxima oportunidad.
Transcurrido el tiempo, Doña Luz enfermó, luego de la muerte de su abuela y después de un año de estadía en casa de la tía Eletra, Blanca Nieves cruzó el mar y sus hermosos y nostálgicos recuerdos se convirtieron en sus más preciados tesoros.
Doña Luz era muy elegante, esbelta, de finos modales e impecable en el vestir y en el baúl de tea que tenía en su habitación guardaba todo lo que le quedaba en la vida. Para la imaginación de Blanca Nieves María, su nieta, eran valiosos objetos y tesoros de valor incalculable, lo que la noble anciana guardaba allí con mucho recelo.
Apenas oía el ruido que hacía la madera al abrirse el cajón, la niña echaba a correr, no importaba en qué lugar se encontrara dentro de casa ni lo que estaba haciendo, atravesaba el salón y enseguida llegaba a la puerta de la habitación de su abuela, donde detenía de golpe su carrera y entonces entraba muy despacio, caminando, sin dar señales de haber corrido desaforadamente unos instantes antes.
Doña Luz de frente al baúl abierto sostenía entre sus brazos un hermoso vestido blanco, era lo primero que sacaba. Mantas y sábanas yacían esparcidas sobre la cama. Tal era el panorama que siempre se encontraba la niña al entrar en la habitación.
-Quizás en el fondo del baúl, envuelto en pañuelos de seda color rosa, estaba un hermoso cofre de oro con rubíes y esmeraldas incrustadas en sus paredes, que además era una linda caja de música, que tocaba una melodía encantadora y extraña jamás oída por estos lugares-. Tales eran los pensamientos de la niña, que empinada sobre las puntas de sus pies y ligeramente inclinada hacia adelante, asomaba su cabeza dentro del gran baúl, mientras sus alargados ojos buscaban los ansiados tesoros. Pero Doña Luz siempre cerraba el baúl antes de que Blanca Nieves pudiera lograr ver lo que tanto deseaba, y la preciada búsqueda quedaba finalizada hasta una próxima oportunidad.
Transcurrido el tiempo, Doña Luz enfermó, luego de la muerte de su abuela y después de un año de estadía en casa de la tía Eletra, Blanca Nieves cruzó el mar y sus hermosos y nostálgicos recuerdos se convirtieron en sus más preciados tesoros.
Esta pequeña historia que les acabo de relatar está basada en un hecho real. La pequeña Blanca Nieves María es mi madre, y Doña Luz era mi bisabuela. Nació y creció mi madre en Mazo, La Palma y como muchos canarios emigró a Venezuela en el año 1953 siendo aún una pequeñaja de 13 años de edad. Casó mi madre con un venezolano, tuvo cuatro hijos venezolanos e hizo vida lejos de su isla a la que no pudo volver sino cincuenta y seis años después.
Mis
abuelos, Blas Sotero Castro Castro y Concha Felipe San Juan se vieron en la
necesidad de emigrar y dejar a su única hija al cuidado de su abuela materna. Cuenta
mi madre que en el viaje hacia Venezuela, viaje que no quería hacer, consumió
por vez primera en su vida una bebida gaseosa y que cuando llegó al puerto de
La Guaira vio por primera vez también, personas negras. Igualmente cuenta mi
madre que deseando regresar a su isla no quería bajarse del barco y no paraba
de llorar.
Mucho
leemos acerca de la emigración, pero palpar en la mirada y en el tono de las
palabras de sus protagonistas lo que significó aquel acontecimiento en sus
vidas y como la influencia de ese acontecimiento asombrosamente se desparramó
en las generaciones siguientes es lo que me ocupa en este artículo.
“Pues en esta isla los hombres siempre
fuimos mar, irse era condición de flujo y reflujo, apremio de la marea de la
vida”. (1)
La
marea de la vida me convirtió a mí en una emigrante también y me trajo a estas
ISLAS AFORTUNADAS, al igual que mi madre y mis abuelos lo hicieron en su
momento, pero a la inversa. Yo también en algún punto de ese acontecimiento de
mi vida experimenté lo mismo que ellos experimentaron y quizás por eso los
recuerdos de mis antepasados se convirtieron hoy en mis propios recuerdos. Por
mi afán de dar a conocer mis letras relato vivencias que no conocí y siento que
de alguna manera esas vivencias me han marcado un destino que nunca imaginé. Mi
niñez fue regada por historias de emigrantes canarios y en algún lugar de la
vida tomé la decisión de rebuscar en esas historias, para dejar testimonio
escrito de los acontecimientos que
generó ese hecho en la vida de aquellos seres humanos. Lo que no podía intuir
era que aquellas historias se volverían presente, y que las partidas y las
llegadas se repetirían una y otra vez.
Decía Benito Pérez Galdós, para escribir bien y para el pueblo, hay que
acordarse primero, de las dos mamá: la mamá y la tierra de los recuerdos
infantiles…”
Eso intento.
Y como sobre
este tema hay mucha tela que cortar me despido hasta una próxima entrega,
dejándoles otro relato basado en un hecho real de mi familia.
EL VIAJE
Conformada por camisones
de punto, enaguas de algodón, zapatos nuevos, vestidos de lino, calcetines de
seda, ropa interior y pañuelos bordados, mi padrino haciendo gala de su
generosidad y de la nobleza de corazón que le caracterizó siempre, no escatimó
en esfuerzos económicos para completar mi dote para el largo viaje. Era yo una
niña de trece años en vísperas de convertirme a una tierra extranjera, y pese a
que me esperaban mis padres al otro lado del océano, me embargaba una gran
tristeza por tener que dejar todo lo
que hasta ese momento había conformado mi
mundo. Aunque una aventura donde experimentaría lo que no había visto nunca me
esperaba, y todos los regalos recibidos de mi padrino Adolfo me halagaban y me
hacían sentir como una reina, una gran incertidumbre invadía todo mi ser, y me
hacía presentir que mi isla en la que había sido tan feliz, quedaría atrás para
siempre. Dentro de aquel corpulento barco, custodiada por Doña Ángela y Don
Félix, navegando ya sobre el inmenso océano Atlántico, comencé a transformarme
en una extraña, dentro de mí brotaba un misterioso y desconocido sentimiento
que me hacía sentir ajena y forastera ante aquello que me esperaba, arrancada
de donde pertenecía temía estar confinada a ese sentir para siempre.
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